Salomé-XXIII

El Cantar de mis Cantares[1]

Cuando los vientos murmuradores 
llevan los ecos de mi laúd [2]
con los acentos de mis amores 
resuena un nombre, que de rumores 
pasa llenando la esfera azul.

Que en ese nombre que tanto adoro 
y al labio acude con dulce afán, 
de aves y brisas amante coro, 
rumor de espumas, eco sonoro 
de ondas y palmas y bosques hay.

Y para el alma que en ese ambiente 
vive y respira sin inquietud, 
y las delicias del cielo siente, 
guarda ese nombre puro y ferviente 
todo un poema de amor y luz.

Quisqueya ¡oh, Patria! ¿Quién, si en tu suelo 
le dio la suerte nacer feliz, 
quién, si te adora con fiel desvelo, 
cuando te nombra no oye en su anhelo 
músicas gratas reproducir?

Bella y hermosa cual la esperanza, 
lozana y joven, así eres tú; 
a copiar nunca la mente alcanza 
tus perfecciones, tu semejanza, 
de sus delirios en la inquietud.

Tus bellos campos que el sol inunda, 
tus altas cumbres de enhiesta sien, 
de tus torrentes la voz profunda, 
la palpitante savia fecunda 
con que la vida bulle en tu ser,

todo seduce, todo arrebata, 
todo, en conjunto fascinador, 
en armoniosa corriente grata, 
hace en tu suelo la dicha innata 
y abre horizontes a la ilusión.

Y ¡ay, si oprimirte con mano ruda 
quiere en su saña la iniquidad! 
Tu espada pronto brilla desnuda, 
te alzas potente, y en la lid cruda 
segando lauros triunfante vas.

Naturaleza te dio al crearte 
belleza, genio, fuerza y valor; 
y es mi delirio con fe cantarte 
y entre lo grande siempre buscarte 
con el empeño del corazón.

Por eso el alma te buscó un día 
con ansia ardiente, con vivo afán, 
entre las luchas y la porfía 
y entre los triunfos de gallardía 
con que el progreso gigante va.

Mas ¡ay! en vano pregunté ansiosa 
si entre el tumulto cruzabas tú: 
llevó la brisa mi voz quejosa; 
silencio mudo, sombra enojosa 
miré en tu puesto solo y sin luz.

Tú, la preciada, la libre Antilla, 
la más hermosa perla del mar, 
la que de gloria radiante brilla 
¿huyes la senda que ufana trilla 
con planta firme la humanidad?

A tu corona rica y luciente 
falta la joya de más valor; 
búscala presto, que ya presiente 
para ti el alma, con gozo ardiente, 
grandes victorias de bendición.

¡Patria bendita! ¡Numen sagrado! 
¡Raudal perenne de amor y luz! 
Tu dulce nombre siempre adorado, 
que el pecho lleva con fe grabado, 
vibra en los sones de mi laúd.

Y pues que mueve nombre tan puro 
de mis cantares la inspiración, 
y ansiando vivo tu bien seguro, 
la sien levanta, mira al futuro, 
y oye mis cantos, oye mi voz!

(1879)


Notas:

[1] Leída en una conferencia literaria que celebró la Sociedad Amigos del País.
[2] En ed. 1880: “llevan los sones de mi laúd“.


florecitas

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