Pedro Henríquez Ureña-XVII

La Serpentina

Gira, corre, flota, vuela, canta, ríe…
          la bullente serpentina,
en las ondas del espacio polícroma se deslíe,
          grácil, rápida, divina.
Cuando suena sus plateados cascabeles.


                 Carnaval,
ella surge como reina de los gozosos tropeles,
como sílfide en farándula triunfal.
          Es entonces suave y leve.
Tal se escapa de una mano —mano tersa como flor—,
con ritmo lento se mueve,
y se enrosca sobre un cuello tentador.
          En la luz que incendia el aire,
bajo el regio palio azul,
                        su donaire
          es ligero, vaporoso como el tul.
          Ya sus vuelos apresura.
                        Ya domina.
          Es señora de la altura
          la bullente serpentina.
          ¡Cuál se agita! Centellea,
          todo lo cubre y enflora,
como espuma de una rápida marea,
cual diluvio de los tintes de la aurora.
Teje lazos, velos, mallas…
es Proteo: brota y salta por doquier.
La enloquecen, cual si fuera el clamor de las batallas,
el taf taf del automóvil y la trompeta del break.
          Es vértigo su carrera
          Ya es la reina del turbión.
Es de víboras su larga cabellera.
Es su ritmo como un ritmo de Aquilón.
Mas a poco, dulcifica los ardores de su frente
          una lánguida caricia
          del fulgor opalescente
          que en el ocaso se inicia.
Y termina, fatigada, su carrera
          en un largo diminuendo…
          cuando emergen de la azul cóncava esfera
          las estrellas maliciosas sonriendo.
Y es marchita, muelle alfombra cual de follaje otoñal,
          y en los árboles, fantástica cortina,
          cuando cesa su farándula triunfal
          la bullente serpentina.

Habana, 1905


florecitas

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