El Ascenso de la Alondra (The Lark Ascending)
1883
Por George Meredith (1828-1909)
Se eleva y empieza a dar vueltas,
Deja caer la cadena plateada del sonido
De muchos eslabones y sin fisuras,
En gorjeos, silbidos, portamentos y trinos,
Que se enredan y se extienden,
Como se riza la mar en la marea baja
Donde rompen las olas
Y los remolinos giran dentro de otros remolinos;
Un chorro de notas que corre
Tan rápido que no se distinguen unas de otras,
Aunque los trinos se repiten cambiantes
Y siguen sonando mientras fluyen,
Se perciben dulces y son encantadores
Al oído de la sirvienta que lo escucha en la lejanía,
Que permanece al lado de nuestros íntimos manantiales,
Secos comparados con los que la alondra nos trae.
Los cuales parecen el mismo surtidor de la tierra
A la vista del sol, regocijo de su música,
Mientras asciende la escalera de caracol.
Canción hecha de luz que corta el aire
Con una fuente de entusiasmo, fuente de composiciones,
Para alcanzar las más brillantes cumbres del día,
Y beber en todo lo que se percibe
El éxtasis en el que se convierte la música
Impelido por lo que su feliz pico
Propaga; bebiendo y aun así empapando,
Sin pensar en guardar aquello que puede ofrecer
Su voz es la desembocadura, un lugar para un vivir
Renovado en un coro de notas sin fin.
Tan sedienta está de su propia voz,
Por oír todo y por conocer todo
Que es la alegría, el despertar, el brillo,
El tumulto del corazón para escuchar
A través de la pureza filtrada en agua cristalina,
Y conocer el placer luminoso rociado
Por un sencillo canto de regocijo
Agudo, irreflexivo, desatado,
Extasiado, resonante, en chorro sostenido
Sin pausa, sin declive,
Dulce y plateado, puramente lírico,
Perenne, temblando en un acorde
Como el rocío en la pradera soleada,
Que temblando brilla en la plenitud,
Y refleja miríadas de gotas plateadas;
Igual que el deleite que el oído recibe
Del céfiro recogido por el coro de las hojas
De los álamos cuando su parloteo
Se apaga en húmedos escalofríos;
Y como el repiqueteo del manantial
En lo alto de la montaña al amanecer,
Demasiado refrescante y dulce para parecer extraordinario,
Demasiado animada para enfatizarla;
Extendiéndose sobre las almas
La voz estrellada se propaga ascendiendo,
Despertando, como afinándose,
Lo mejor de nosotros que se asemeja a ella;
Y cada cara que se alza para contemplarla
Lleva la luz de la alabanza infantil.
Tan intensamente nuestro placer humano madura.
Cuando la dulzura canta sinceramente,
A pesar de que nada han prometido los mares,
Solo es una brisa suave que despeina,
Una pasada brillante en una tranquilidad satisfecha,
Serenidad en el éxtasis.
Ella colma su paraíso cantando,
Es el amor a la tierra que infunde,
Siempre volando más y más alto,
Nuestro valle es su copa dorada,
Y ella es el vino que rebosa
Elevándonos en su camino:
Ella es los bosques y los arroyos, las ovejas
Y el ganado, las colinas y los senderos,
Los verdes prados y los marrones barbechos,
Los sueños de trabajo en el pueblo;
Canta a la savia, al pulso acelerado;
Ella es la marcha nupcial del sol y las lluvias,
El baile de los niños, las gracias
De los labradores, la llamada de las prímulas,
Y el espectáculo de las violetas fragantes;
Todo ello será coronado por la canción circular,
Y vosotros podréis escuchar a la hierba y al árbol,
Podréis ver lo mejor del corazón de los hombres,
Podréis sentir celestialmente, mientras
Que no anheléis más que la canción.
Podríamos decirnos en lo más íntimo,
De la forma más dulce, que nuestra voz
Nunca fue como esa voz de las alturas
Que une a los que escuchan en la canción que beben:
Nuestra sabiduría habla desde la vejez,
Nuestra pasión está desbordada,
Queremos la llave de su desenfrenada nota
De sinceridad en una garganta melodiosa,
La canción seráfica limpia
De las impurezas de la personalidad,
Tan pura que saluda a los soles
Una voz entre millones,
En la que todas las voces se alegran
Por dar alma a esa voz.
Pues nosotros tenemos hombres, a los que veneramos,
Que ahora sólo son nombres, y están con nosotros,
Cuyas vidas se perdieron en las batallas,
Y las pétreas ruedas de molino
Proporcionan la dulce esencia para el canto de
Bienvenida a nuestro paraíso, aunque ellos no canten:
Ella nos regala de nuevo un canto celestial,
les hace resplandecer en nuestro azul,
Desde la sólida base hasta la altura más lejana,
Porque el amor de ellos por la Tierra es profundo,
Porque son guerreros en armonía con la vida
Para servir y ganar una recompensa,
Tan conmovedora y pura y tan sentida
en la idea que aquél pájaro expresa;
Por la cual el alma de ellos en mí, o mi alma,
A través del abandono divino,
En ellos, esa canción se mantiene en el aire,
Para llenar el cielo y estremecer las llanuras
Con lluvias dibujadas de caudales humanos,
Así ella remonta el vuelo en el cercano silencio,
Amplía con sus alas la cúpula del mundo,
Haciendo más espacioso nuestro hogar,
Hasta que se pierde en sus anillos aéreos
En la luz, y luego la imaginación canta.
Versión original en inglés.
Poema original en el dominio público. Traducción de Irene Serrahima Violant. La alondra de Vaughan Williams. Proyecto de estudios avanzados en interpretación. 2015.
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