Oda a la Lombriz
Por Luis Carvajal Núñez (1954 -)
Nadie sabe la tierra como tú, que la nutres con tu cuerpo y tu alma.
La tierra a ti te sabe desde adentro y de fuera.
Son las dos una misma:
tú, tierra de la tierra;
la tierra es tu sangre;
y tú, sangre de tierra.
La hermosa primavera te debe sus colores,
la abeja su colmena.
El ala que se eleva lejana por los cielos
no sospecha siquiera
que la fuerza que impulsa lo que late en su pecho
te la debe completa.
Sentados a la mesa
y mirando a los cielos
se agradecen los dones del pan, de la cerveza,
del café y de la risa, sin sospechar siquiera
que eres tú, quien fabrica milagros debajo de la tierra;
que la baba tan suave que acaricia los suelos
los bendice, los limpia de pecados, de duelos,
de dioses, de cegueras.
Yo sé que no te importa.
Que te basta tan solo la oscuridad, la sombra, la humedad y el aliento.
Que no quieres portadas,
ni hemistiquios, ni asombros, ni reconocimientos.
Que besas las raíces del árbol que se eleva majestuoso a los cielos
y en secreto, tu cuerpo lo alimenta y protege
y le cantas, cual madre, las nanas que repiten sus hojas a los vientos.
Que tu piel sin matices se convierte en olores y sabores de ensueño.
Que el pincel que reclama claveles, alelíes, magnolias y azucenas
te ignora por completo.
Que tu alma, tu esencia, tu carne y tus latidos
tienen ya un monumento tan verde como el bosque;
tan ancho como el cielo;
tan tierno como el agua;
tan tuyo como el cieno:
es la vida que fluye desde el fondo del tiempo.
Diosa lombriz de tierra, madre-hermana del suelo
en cada ser que vive, que habita el universo
está tu savia buena, está tu altar, tu templo.
Publicado con permiso del autor.
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