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Antes del hombre el paraíso

Por Roger Cicero Mac-Kinney (México 1929–2015)

I

Se animó la creación: se hizo la vida.
Las flores despertaron en esencias,
y en clorofilas y fosforescencias
el mar y su esmeralda derretida.

Y a una vez la arboleda frutecida
los nidos anunciaron su presencia,
y en todo el aire y por su transparencia
hubo una fiesta alada y colorida.

La alfombra vegetal de las sabanas
se encendió con los ojos del venado
y se erizó al correr de las ardillas.

Los húmedos oboes de las ranas
se escucharon rotundos y, asustado,
un grillo entró al concierto de puntillas.

II

Todo era savia primordial y aliento,
y sangre realizándose en las venas
que se multiplicaban por centenas
en otros tantos cuerpos, y en el viento

la luz se enloquecía al movimiento
del oro que soltaban las colmenas.
Todo era hallazgo y libertad. A buenas
ahuecaba la luna el firmamento.

Campeaba la pureza del instinto
y así se practicaban las uniones
para fijar la especie y prolongarla;

así se disponía del recinto
y se desarrollaban las funciones
para vivir la vida y aclamarla.

III

El sol se desbordaba por los tajos
del horizonte a la hora del rocío,
y era idioma común el vocerío
de pájaros brotados de los gajos.

La luz se acumulaba por legajos
en los claros del monte, y el sombrío
matorral se la halaba por el río
-como si la raptara por atajos-

La orquídea siempre cerca de su espejo
se miraba en las aguas, y veía
cómo la cortejaban los helechos.

La araña deshilaba su madejo
para dar su lección de geometría
y costurar sus ámbitos maltrechos.

IV

Era la creación un encantado
paisaje verdiazul, y ante su brillo
terco afinaba su instrumento el grillo
hecho de viento y de metal dorado.

Las mariposas, en el descampado,
se posaban a oír el estribillo
que pintaba sus alas de amarillo
para envidia del lirio despintado.

Mástil de bienvenidas desplegadas
la palma vertical se repetía
por cada una de las direcciones

que traían, la estrella o la bandada
y así, a destello o vuelos, repartía
la bondad su caudal de bendiciones.

V

De pronto el polvo se compacta. Late.
Respira y ve. Mueve a su antojo
su figura. Toca, e hinca el abrojo
y la paloma sus dos alas bate.

La fiera salta la uña del combate
y la noche a la luz cuelga un cerrojo;
se hace predominante el color rojo
y se inquieta la paz y se debate.

A1 respiro del hombre el aire queda
aprisionado, el agua domeñada
y el tiempo por las sombras, computado.

La vida se transforma y como rueda
se acelera hacia el punto de parada,
silba la honda y se insinúa el arado.


Del libro Sonetos y Reflexiones después de la Lluvia. México, 1979


florecitas

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