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Homenaje de tiempo

Por María Inés Iacometti (1972-)

Late la tierra en sus habitantes invisibles para el amanecer, pero yo la escucho.
Empiezo por la hierba y sus afanes de inundarme de esperanza.
Sigo con los tallos que luchan por sostener sus capullos, con urgencias de espacio y sol, entre las malezas impacientes.
Me detengo en las hojas abiertas, cara arriba, ojos cerrados, surcos tenues ofrecidos con placer a la mañana.
Acaricio algunos pétalos -detalles del Creador para nosotros- y compruebo sus fragilidades aparentes, sus secretas fortalezas. Los pulsos del tiempo se despliegan en ellos, poco a poco, con sus formas…
Subo por el tronco del silencio hasta rozar las ramas de los cantos, perennes viajes sonoros en el viento, agradables, con indescifrables códigos, a veces cercanos, otras, distantes.
Los rayos calurosos ya se sientan perpendiculares al terreno, mientras las sombras arbóreas le dibujan formas imprevistas.
Concluyo… Cada mañana es una danza distinta.
Cada vuelo de miel o destello de alas, merece un homenaje de tiempo… Una leve reverencia de sonrisas y el reconocimiento simple de la contemplación.


22 de abril de 2009. Reproducido aquí con permiso de la autora.


florecitas

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