A Una Flor Silvestre
Por Manuel de Jesus de Peña (1834-1915)
Hija del bosque, virgen de la selva,
Belleza misteriosa de los campos,
A quien ocultan las espesas ramas,
I acaricia favonio regalado:
A quien las aves sus amores cuentan:
A quien le dice el eco sus cuidados;
A quien-al ser de noche-la floresta
Comunica aplacible sus arcanos
Con ese acento melodioso i triste
Con que las ledas auras van cantando;
A quien la blanca luna sus pesares
-Con mirar melancólico i velado-
Relata en su silencio delicioso.
Expresivo, elocuente como el canto;
A quien sil amor las cándidas estrellas
Acaso dicen con fulgor lejano,
En tanto que-en sereno convertido-
Humedece tus pétalos sus llantos;
A quien, en fin, la reluciente aurora.
Descubriendo su pecho enamorado.
Manifiesta sus penas, sus afanes,
Su zeloso dolor i sus quebrantos,
En tanto que sus lágrimas hermosas
Se convierten en penas en el prado….
¡Tú sola puedes escuchar alegre
Esos acentos del pesar acaso?
¡Encierra la creación algún objeto
Al que no toque el sinsabor insano?
¿No es el dolor la herencia que le cupo.
I resignarse, el bien que le ha quedado
-Sin duda, bella flor, i tú recibes
También de aquesa ley el duro trato.
Que á veces viene el vendabal soberbio
A tronchar tu flexible i débil tallo.
I cuando no, los males de las otras
Acibarán tus goces, tus encantos –
Publicado en Lira de Quisqueya de José Castellanos. Santo Dominco, 1874.
Nota: El poema fue transcrito como está publicado. Lo que parecen faltas ortográficas es el estilo de escribir del año de publicación.
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