Bosques VII

Canto del Alba

Por Valentín Giró (1880-1949)

I

El bosque se anima: La brisa ya deja
su lecho, y cantando con nota de abeja,
del monte desciende fragante, sutil…
cual velo de novia, la blanca neblina
huyendo a la flecha de luz aurorina
muy mansa, en el río, se pone a dormir.
Levanta apacible, su dorso bermejo
la villa cercana, su copa de fuego
sacude en la breña, gentil flamboyán
que visto a distancia, del viento mecido
en manto de sangre, semeja tendido
en mar de verdura que ondula a compás.

Cuán pura, cuán bella la aurora desata
el velo de llama, de azul y de plata
que prende, a sus sienes, la noche al morir;
y muestra, discreta, su rostro risueño,
cual luz veneciana que amante el Ensueño
cincela en el verso del canto de Abril.

El mar rumorea; muy blanca palpita
la vela en el río; veloz precipita
la nave pequeña la quilla en el mar,
y flotan, alegres, canciones de nidos
y lúbricos suenan los bosques mecidos
al paso del viento sonoro y fugaz.

II

De noche, lascivia la espléndida esposa,
envuelta en perfume y en lecho de rosa
aguarda al esposo temblando de amor…
¡Que deje la cama, que el alba ya asoma,
y corte la rosa de cáliz de aroma
que impúdica espera los besos del sol!

La tierra, la pura, la fiel prometida
que en sueños azules se pasa la vida
y aprende en silencio los versos de miel,
¡que deje la alcoba, que el alba la espera;
la espera, en el fresco jardín, Primavera
y quieren en rosas ornarle la sien!

La cándida virgen que exenta de amores
a el alba humedece y recoge las flores
que lleva, entre rezos, al fúlgido altar
¡que siga soñando… ¡que sueñe con rezos!…

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en tanto la aurora prodiga a sus besos
el sol, que ya tiende su palio triunfal!…


Publicado en La Cuna de América, No. 9, mayo 1903.


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