Aniquilamiento[1]
Nanias, mancebo hindú, vástago hermoso
de la estirpe divina de los Chatrias,
enardecido por el sol potente
que incuba los vampiros de su patria,
que revienta los húmedos despojos
del Ganges sacro, en purulentos miasmas,
y atravesando el suelo de Golconda
los diamantes ocultos abrillanta;
Nanias, mancebo hindú, sintió en un punto
sed de amor, sed de oro y sed de fama:
tres hondos sentimientos, parecidos
a diamantes, vampiros y miasmas.
Conterráneo de sierpes, cuya astucia
en vaho sutil sus víctimas halaga,
comarcano de indómitos leones,
avecindado a poderosas águilas;
como remos alados del deseo
que en triple desazón mueve su alma,
Nanias, mancebo hindú, se encuentra henchido
con entereza, seducción y audacia:
tres móviles de acción en todo propios
de leones, de sierpes y de águilas.
I
Las doncellas, las núbiles doncellas,
perfumes animados de su casta,
el virginal regazo le disponen
como de flor corola inmaculada
para que en él dormite y que le arrullen
cantos de la Ventura y la Confianza.
¡Ay! ¡lo que allí soñó! ¡Sueños terribles!
¡Traición… engaños… dolos… inconstancia!
Las bayaderas, vagas mariposas
al astro rojo del deleite esclavas,
la sangre del mancebo narcotizan
con un tropel de voluptuosas danzas,
y abriéndole al deleite los sentidos
con embriagueces de placer le sacian.
¡Ay! ¡cuando despertó! ¡qué sensaciones!
¡Asco… cansancio… pesadez… nostalgia!
La defensa del patrio territorio
a su rango social encomendada,
llevóle a que encontrara decidido
un laurel sobre el campo de batalla;
y la Victoria, allende las fronteras,
dio a su nombre pomposa resonancia.
Los suyos, con más alta jerarquía
premiaron su bravura acrisolada;
mientras Fortuna loca, en sus arcones
con incesante vértigo vaciaba
de Madrás los veneros industriales,
de Cachemira la opulencia nata.
¡Ah! que con el poder, formó en su séquito
la innoble adulación parasitaria,
y con frecuencia se encontró en su vía
a la negra ojeriza atravesada,
y le enlodó en su carro la calumnia,
y la injusticia visitó su casa…
¿Para qué las riquezas, impotentes
a luchar y vencer contra la infamia?
¿Para qué los diamantes, apagados
junto del mal a la rojiza llama?
¡…Desdén de amor, de gloria y de fortuna
sintió en un punto el contristado Nanias!…
Viajero por la sed atormentado
halló un caudal de bullidoras aguas,
y cuando más ansioso en él bebía
notó que eran del mar ondas amargas.
¡Ondas que solamente le dejaron
extinguida la sed, mas no saciada!
II
¿Será que alguna clave misteriosa
a los placeres de la vida abra
senda expedita y no turbado goce?
¿Será que, no advertido, él lo ignorara?
Amor, gloria, riquezas,… ¿por ventura
no pueden ser en su disfrute análogas
al rubio y cotidiano pan de trigo
que no indigesta nunca ni empalaga?
¡Quizás quizás! Los libros de los Vedas
que en rítmico caudal la Ciencia guardan,
el profundo saber de la Poesía
que insola en el enorme Ramayana,
pueden tal vez esclarecer sus dudas,
pueden tal vez amortiguar sus ansias!
¡Con qué avidez se absorbe su alma toda
en la lumbre que brota de las páginas!
¡Con qué esplendor tan puro y sosegado
los senos de su espíritu se irradian!…
Muchas veces el astro de los días
y el fanal de las noches otras tantas
dejáronle sumido en una honda
grave cavilación que le ataraza.
«Una es la vida ‑dícenle las letras,
la misma que conoces y te enfada;
o acéptala impasible como es ella,
o refúgiate y vive entre tu alma».
¡Pues bien, será!… ¡No es él quien voluntario
se encadene a la vieja repugnancia!
¿No hay más? ¡que se aniquile la materia
y despliegue el espíritu sus alas!
Pensó… y dentro de sí, como un cadáver
su entereza sintió momificada;
como una exhalación que se deshace
miró sin pena perecer su audacia,
y su anhelo de amor desvanecióse
como un trueno distante que se apaga!
Entonces, y entre tanto que saliendo
de la contienda diurna interesada,
para todos los hombres le nacía
una benevolencia sobrehumana,
parecióle que en himno concertado
con blandas cuerdas y apacibles flautas,
el sol, el mar, el bosque, la pradera,
todo estallaba con triunfal hosanna!
¡Ven, elegido, ‑el himno le decía‑
ven, goza de lo eterno que no cansa!
Ven, campeón; sin velo que la oculte,
Isis divina tu homenaje aguarda.
¿Quién como tú? El brahamán que con ayuno
y apretado cilicio se anonada,
no conoce la dicha que te cabe
de abandonar la pequeñez mundana,
con la luz interior contemplativa
sólo el alma inmortal iluminada!
Mientras en un deliquio le sorprende
la postrer nota que en el aire vaga,
Nanias, mancebo hindú, cayó rendido
para siempre jamás en el Nirvana!
(1895)
[1] Publicado en Prosa y Verso, San Pedro de Macorís, 1895. Está en todas las ediciones de Galaripsos.
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