En el botado
A Eulogio Horta
Cacique de una tribu de esmeralda,
aquel palacio indígena, el bohío
de la corta heredad a que respalda
un monte, que a su vez respalda un río;
cuando el idilio de un Adán silvestre
y su costilla montaraz, le hiciera
venturoso hospedaje,
paraíso terrestre;
lo más saliente y copetudo era
del ameno paisaje.
Su flamante armazón de tabla oscura,
su gris penacho de lucientes yaguas,
hacían reverberar con nuevas aguas
la circunstante joya de verdura.
Aplanada en el techo,
se oxidaba la luz cual plata vieja:
o se colgaba a lomos y antepecho,
en rubia palidísima crineja.
No era sino común que se trepase
un ruiseñor a su cumbrera holgada,
y en fugitivas notas ensayase
la trémula canción de la alborada.
O que bajo su alero, en que pendía
mazorcado maíz de granos de oro,
el gallo, al enervante mediodía
victorease sonoro.
Entonces, ese albergue en que bullía
la vida crepitante,
más que un detalle de la huerta, era
o su tono, o su arteria, o su semblante.
Pero en una lluviosa primavera,
la débil cerca desligada y rota
empujó la pareja enamorada
a otra huerta remota;
y en medio a tanta flor recién abierta,
quedóse la heredad abandonada,
y la mansión desierta.
Advertido, no tanto del saqueo,
entre cuyo costal desaparece
de la ventana en pos la que fue puerta;
ni tanto del goloso merodeo
de la turba infantil, donde perece
aun no puesto en sazón, el verde fruto;
mas del monte advertido, porque invade
con apretadas filas de maleza
la botada heredad, el Tiempo hirsuto
a comprender empieza
que hay algo allí que estorba;
¡y aferra en la mansión su garra corva!
Fue primero una horrible puñalada,
y después una serie,
conque se abrió por la techumbre entrada
a la malsana y húmeda intemperie.
Si el sol que se filtraba por el techo,
solía escapar por los abiertos vanos,
no así las aguas del turbión deshecho;
cavaban y cavaban hondo lecho
a turbias miniaturas de pantanos.
Furiosa ventolera
por allí no pasara que no hiciera
de las yaguas decrépitas, añicos;
y tragedia mayor aconteciera,
si en júcaro el más negro y más bravío
no angulara el bohío.
Torcido, deslustrado,
por reptiles del cieno visitado;
el albergue que fuera de la huerta
lo más noble y sereno,
gozo, atracción y gala deleitosas,
ni es más que una verruga del terreno,
ni menos que un sarcasmo de las cosas!
Como al herido por la suerte aleve,
¡hasta la misma timidez se atreve!…
Un bejucal de plantas trepadoras,
que en torno a la vivienda
cerraban toda senda;
avanzando traidoras,
e indicando a la ruina; cuchicheaban:
¡ni se defiende, ni hay quién la defienda!
Y enlazando sus ramos
como para animarse, murmuraban:
si tal pasa, y tal vemos, ¿qué esperamos?
Fue un aguinaldo lívido quien dijo:
¡o es que trepáis, o treparé de fijo!
A lo que una “saudosa” pasionaria
expuso, comentando la aventura:
¡por cierto que es bizarra coyuntura
para mirar el sol desde más alto!
Fue la palabra fulminante!, todas
clamaron en un punto
trémulas y erizadas, “¡al asalto!”…
¡Qué embrollado conjunto
de hojas, antenas, vástagos, sarmientos!…
Y cuán terrible asalto presenciaron
los troncos azorados y los vientos.
Cual, por la tabla escueta
tal sube que parece que resbala;
cual se columpia inquieta
de algún clavo saliente haciendo escala.
Cual la mansión en torno circunvala,
vuelta enroscado caracol, y asciende
con estrechura tal y tan precisa,
que es cuestión insoluble e indecisa
si ahogaría o si mediría es lo que emprende.
Cual, errando el camino,
con impaciente afán la puerta allana,
y luego adentro, recobrado el tino,
sus músculos asoma a la ventana.
No hay menudo resquicio
en que su flujo de invasión no apuren;
ni hueco ni intersticio
que sus hojas no tapien y no muren.
Ya el albergue sombrío
es un alcor en forma de bohío;
ya su contorno lúgubre se pierde
en la gama riquísima del verde;
ya brota en tanta planta que le enreda,
con matizada y colosal guirnalda,
satinados renuevos de esmeralda,
iris de tul, campánulas de seda!…
¡Transformación magnifica y divina!
cómo de ti se cuida generosa,
Naturaleza, el hada portentosa,
Naturaleza, el hada peregrina!…
¡Renovación piadosa
que en tan grande esplendor cubre una ruina;
desde una inerte hechura
a la humana criatura,
con hilos invisibles cuán intensa
relación estableces!…
¿Quién dentro, en lo que siente o lo que piensa
por el dolor severo fulminadas,
no se ha dejado a veces
alcázar, quinta o choza abandonadas?…
¡Quizás quien no!… Mas a la oculta mina
labrada por recónditos dolores,
alguna trepadora se avecina;
algo que sube a cobijar la ruina,
algo lozano que revienta en flores!…
(1897)
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