Skip to content

¡Incendiada!

En la plácida aldea
-punto visible en el abierto valle-
la casita azulada es el detalle
que más la vista al viajador recrea.

En su frente, de azul engalanado,
resalta, corno en mar la nívea espuma,
de las puertas el blanco nacarado;
y la toman extraña y peregrina
los adornos moriscos y persianos;
corno velo de bruma,
de finas alambreras el cercado;
y el jardín ¡qué jardín! “Ni en la vecina
culta ciudad hay uno de su grado”
dicen a única voz los aldeanos.

Allí florecen lirios y azucenas;
esplende la gardenia delicada;
se irgue la corola oriflamada
de la caña de India; de miel llenas
se abren las rosas que la brisa mece;
el olor de jazmines adormece;
de arbusto generoso
fantásticas orquídeas beben vida
y enrédase en las ramas amoroso…
el convólvulo oculto, y sonreída
la blanca stephanotis florecida.

Pero no es el jardín, no es el persiana adorno,
ni el color que cabrillea,
lo más bello en lo bello de la aldea:
la casita gentil, cual del milano
esconde a la paloma
su apacible morada,
encierra flor de virginal aroma
y de blanca corola inmaculada…

La niña que sin padre vio su aurora,
libre de afán, bajo maternas alas,
creció; la juventud arrobadora
la ornó con todas sus radiantes galas;
y hoy, aunque no ha visto veinte mayos,
en medio de sus flores escondida,
es orgullo del pueblo donde anida.
¿Amará? ¡Quién lo sabe! Entre sus rayos
la envuelve sol de maternal ternura,
y ve correr su placentera vida
como de suave arroyo linfa pura…

Mas, ¿quién vaticinar puede el mañana?
¿quién del futuro mal hallada fuente?
¿Dónde nació la chispa incendiadora
que prende en la casita, y descolora
el azul que engalana,
destruye el arabesco y la persiana,
la pulida madera carboniza,
y mustiatanta flor esplendorosa?

¿Qué será de la madre casi anciana
y la níña gentil en quien hechiza
la dulce juventud color de rosa?

… ¡Sólo escombros y pálida ceniza
ilumina la Luna misteriosa…!

1899, a los 14 años


florecitas

Regresar a las obras de Pedro Henríquez Ureña