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¡Ololoi![1]

Para Américo Lugo

Yo, que conservo con vista anodina, 
cual si fuesen pasajes de China…

tú, prudencia, que hables muy quedo, 
y te abstienes, zebrada de miedo; 
tú, pereza, que el alma te dejas 
en un plato de chatas lentejas; 
tú, apatía, rendida en tu empeño 
por el mal africano del sueño; 
y ¡oh tú, laxo no importa! que aspiras 
sin vigor, y mirando, no miras…

Él, de un temple felino y zorruno, 
halagüeño y feroz todo en uno; 
por aquel y el de allá y otros modos, 
se hizo dueño de todo y de todos.

Y redujo sus varias acciones 
a una sola esencial: ¡violaciones! 
Los preceptos del código citas, 
y las leyes sagradas no escritas, 
la flor viva que el himen aureola 
y el hogar y su honor… ¿qué no viola?…

Y pregona su orgullo inaudito, 
que es mirar sus delitos, delito; 
y que de ellos murmúrese y hable, 
es delito más grande y notable; 
y prepara y acota y advierte, 
para tales delitos, la muerte.

Adulando aquel ídolo falso, 
¡qué de veces irguióse el cadalso! 
Y a nutrir su hemofagia larvada, 
¡cuántas veces sinuó la emboscada!

Ante el lago de sangre humeante, 
como ante una esperanza constante, 
exclamaba la eterna justicia: 
¡Ololoi! ¡Ololoi! (sea propicia)

Y la eterna Equidad, consternada, 
ante el pliegue de alguna emboscada, 
tras el golpe clamaba y el ay: 
¡sea propicia!: ¡Ololoi! ¡Ololoi!

Y clamando, clamaban no en vano. 
Ya aquel pueblo detesta al tirano; 
y por más que indicándolo, actúe, 
y por más que su estrella fluctúe, 
augurando propincuos adioses, 
no lo vio. ¡Lo impidieron los dioses!

Y por mucho que en gamas variables 
-no prudentes, mas no refrenables- 
estallasen los odios en coro, 
-como estalla en tal templo sonoro 
un insólito enjambre de toses- 
no lo oyó. ¡Lo impidieron los dioses!

Y pasó, que la sangre vertida 
con baldón de la ley y la vida, 
trasponiendo el cadalso vetusto, 
¡se cuajó… se cuajó… se hizo un busto!

Y pasó, que la ruin puñalada, 
a traición o en la sombra vibrada, 
con su mismo diabólico trazo 
¡se alargó… se alargó… se hizo un brazo! 
Cuyo extremo, terrífico lanza 
un gesto de muda venganza.

Y la ingente maldad vampirina 
de aquella alma zorruna y felina, 
de aquel hombre de sangre y pecado, 
vióse dentro del tubo argenado 
de una maza que gira y que ruge.

¡Y ha caído el coloso al empuje 
de un minuto y dos onzas de plomo!

Los que odiais la opresión, ¡ved ahí cómo!…

Si después no han de ver sus paisanos, 
cual malaria de muertos pantanos, 
otra peste brotar cual la suya, 
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Si soltada la Fuerza cautiva, 
ha de hacer que resurja y reviva 
lo estancado, lo hundido, lo inerte, 
¡paz al muerto!, ¡loor a la Muerte!

(1907)


[1] Publicado en La Cuna de América, No. 30, Sto. Dgo, R.D., 8 de julio de 1907. Está en todas las ediciones de Galaripsos.


florecitas

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