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De la selva[1]

Al poeta José J. Pérez

Hasta la selva, donde ensayo a veces 
himno sin forma, fugitiva endecha, 
me llegó tu canción; y su armonía 
aun repiten los ecos de mi selva.

¿Qué mucho si engañado por su acento, 
finjo que en luz mi aspiración se anega; 
cuando ese resplandor es el reflejo 
del préstamo de luz con que la obsequias?

Así, de su abundancia se desprende, 
sin vivo esfuerzo ni ostensible merma, 
y en cascada de flores nos inunda 
con generoso don la Primavera.

Cierto que en mis impulsos yo he sentido 
lo que sentís vosotros los poetas. 
Dolor ante las grandes pequeñeces 
que el hombre cambia con su igual en guerra.

Asfixia entre las sordas tiranías 
que han henchido la Historia y el planeta: 
desdén de las sutiles distinciones 
en que sin fin la sociedad se estrella.

Confusión, cuando -leño entre las ondas- 
de sus pasiones insensibles presa, 
no pude discernir si la arrastraba 
el mar, o si su propia inconsistencia.

Ante eso, y algo más, nos detuvimos 
mi mente y yo, con no fingida pena. 
Ante eso, y algo más, el bien eterno 
clamoreo en el umbral de la conciencia.

Cierto que cual vosotros yo he sentido 
-con vehemente emoción el alma trémula- 
retoñar a la vida la esperanza, 
como campo que invade savia nueva.

Porque vi que aun existen, triunfadoras, 
del espléndido sol la luz perpetua; 
y que un simple episodio del verano 
el truhán invierno con sus nieves era.

Porque vi que existen, triunfadoras, 
con calidades blandas y risueñas, 
la esperanza en el seno de los hombres, 
la inmensidad, a expensas del poeta.

(1894)


[1] Publicado en Listín Diario y en la Revista Científica, Sto. Dgo,, R.D., en 1894. Con este poema Deligne responde el que le dedicó José Joaquín Pérez; “En la cumbre”. Ambos fueron publicados en Revista Ilustrada, Vol. I, No. 12, Sto. Dgo., R.D. Está en todas las ediciones de Galaripsos.


florecitas

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