Entremés olímpico[1]
La raza de Saturno, derribada
por el ligero soplo de una idea
baja a morar sobre la triste Gea,
en una lamentable desbandada.
Con su atributo y distintivo, cada
dios osa abrir nueva pelea,
y mueve la dolosa contra‑idea,
penetrante y sutil como una espada.
A devolver sonrojo por sonrojo
al nuevo cielo, voluntad y brío
previene airado su rencor tremendo,
y se apresta a la acción, pero creyendo
que el Olimpo a la postre es un enojo,
y la inmortalidad, un grave hastío
………
Juno se lleva su pavón, emblema
del engreído orgullo que se esponja
y se alza a ser divinidad suprema.
En la tiara del nuevo sacerdote,
le ha de grabar como soberbio mote,
de las doradas ínfulas lisonja.
Minerva, en sus pupilas luminosas
presentando el Empíreo manifiesto,
le exhibe al triste sino de las cosas
que conocidas bien, enfadan presto.
Para la rebelión de las mucosas,
busca Venus pendón; y con un gesto
de voluptuosidades deliciosas,
dice, apañando un cinturón: ¡Con esto!
………
Presume el bronco Marte que le basta
en la ocasión su formidable estoque,
para vibrar el tajo que disloque
la doctrina amorosa, humilde y casta.
Cuanto la guerra con su alud no aplasta,
lo aplastará Mercurio en recio choque,
empujándolo artero contra el bloque
del oro infando y la avidez nefasta.
Y atento a los resortes de las penas,
según la reformada economía,
como versado en artes de herrería,
el socarrón Vulcano conjetura
que faltan al infierno más holgura
y más pailas, más garfios, más cadenas …
………
Jove Capitolino, a quien no escapa
que ‑siendo la conjura contra el cielo‑
refluye contra el hombre tumultuosa;
y aún puede ver, como a través de un velo
de tenuísima gasa vaporosa,
lo que la bruma secular solapa,
ve que del subterráneo clandestino
la Cruz emerge como efluvio santo,
y como la locura, y como el vino,
filtra en las almas turbador encanto.
Y hela que, fragoroso torbellino,
se adueña entre un asombro y un espanto,
del cetro en las llanuras de Torino,
y del timón en aguas de Lepanto.
………
Las más gratas primicias y más bellas
le son donadas con querer jocundo,
y le consagran, contra amor fecundo,
su pubertad mancebos y doncellas.
En cuanto se conoce, están sus huellas
como un sello de lo Alto y lo Profundo;
y aún se lanza a ganar un nuevo mundo,
en cuyo dombo austral bórdanla estrellas.
…Y luego ve que, al conjurado influjo,
como a la intermitencia del reflujo
duerme silente en la ribera el mar,
en torno del neo‑bíblico madero
el entusiasmo, enantes vocinglero,
ha callado, se calla, o va a callar…
………
¡Ah, entonces, para entonces, de la triste
descendencia mortal deucalionida!…
Falta de un credo, arrópase en la vida
como un sudario que la escarcha viste:
y es el fastidio helado quien la asiste,
y la desesperanza quien la anida…
Y rememora Jove cuánto amable
propiciatorio el hombre le ofreciera
cien toros ante el ara memorable,
cien carros en la olímpica carrera;
y deja a la piedad que irrumpa y hable:
‑¡Ha de vagar!, que vague por la esfera.
¡Ha de olvidar!, que olvide en lo inefable.
¡Llevémosle el Pegaso y la Quimera!
(1907)
[1] Publicado en La Cuna de América, No. 12, Santo Domingo, R.D.,
24 de marzo de 1907. Está en todas las ediciones de Galaripsos.
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