Hálito indígena
Por Ramón Emilio Jiménez (1886-1970)
I
El arroyo está fresco, ven, querida,
túmido grifo surtidor bullendo
sobre gredosas moles, nos convida
a moderar las ansias in crescendo
hablemos de la vida,
de esa que es gloria y la pasamos riendo
sin que sintamos del dolor la herida.
Ven y apaga tu sed, salta a la orilla,
y juntando los dedos de tu mano,
tendrás la más hermosa y más sencilla
ánfora en que beber el chorro sano.
Aprisiona la fimbria azul celeste
de tus enaguas entre las rodillas,
alza las mangas de tu linda veste,
que aunque volver la vista me moleste,
lo haré por el rubor de tus mejillas.
Y ven luego a la alfombra
amplia y mullida de la verde grama,
que juntos, a la sombra,
abrevaremos otra sed de llama,
y veremos llegar de los ribazos
a maravillas núbiles y sanas,
trayendo sus menudos calabazos,
las mozas rusticanas.
Sorbe primero el jugo de la única
fruta en sazón que nos brindara el suelo,
y pon sobre el corpiño mi pañuelo
para que no te manches en la túnica.
Y cuando abreves con tus labios rojos
esa reliquia de la zona ardiente,
dos ánforas haré de sus despojos
para beber del chorro de la fuente.
II
Nada tan bello como el agua: fluye
de natural fecundidad nutrida,
mientras del seno de la onda bulle
el himno del amor y de la vida.
El río es un filántropo: sustenta
desde la enhiesta encina hasta la grama,
nacido para el bien, todo lo alienta;
hecho para crear, todo lo inflama!
Ya en la ataraxia en que se mira el cielo
o en el chorro que surte del abismo
con la efervescencia de un anhelo,
en cada gota vive un optimismo
que al traducirse en realidad viviente
quita al enfermo vegetal la incuria,
hincha la tierra, prende la simiente,
y apagando en el yermo la penuria
hace el milagro de un edén naciente.
Bajemos al raudal, al viejo amigo
que conoce las líneas de tu talle
y de todas tus ansias es testigo,
ven a verte conmigo
al claro espejo en que se mira el valle.
Las márgenes del río son los labios
de una boca que siempre se está riendo,
que no sabe de fútiles agravios,
donde siempre hay espumas floreciendo
como ideas en la mente de los sabios.
Riámonos también, la vida es bella,
y si cada dolor es una sombra,
cada ilusión que nace es una estrella
que rutila y asombra.
Pero, ¿no sientes que la ola sube
y por amor a tu belleza plástica
alcanza la soltura de la nube
y cada vez se vuelve más elástica?
Es que quiere besar, flor de ternura,
la maravilla de tus pies de nieve;
como homenaje de la onda pura,
como homenaje de la onda leve.
Por eso cuando sales de la arena
húmeda llevas la crujiente enagua,
y es que al besar tu planta de azucena
no me figuro la intención del agua…
Publicado en Dos Siglos de Literatura Dominicana (S. XIX – XX) POESIA – Selección, prólogo y notas de Manuel Rueda. 1996
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