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A Dios

Por Josefa Antonia Perdomo Heredia (1834-1896)

Permite que se eleve, Dios inmenso,
hasta tu excelso trono mi gemido,
pues de mis culpas con dolor intenso
piedad mil veces y perdón te pido.

Es verdad que mil veces y otras tantas
he podido, Señor, desagradarte,
mas hoy, postrada a tus divinas plantas;
intento con mi amor desagraviarte.

Acéptalo, gran Dios, Padre benigno,
pues con mi amor te ofrezco desde el mundo
los tristes ayes de mi pecho indigno,
mi llanto amargo y mi dolor profundo.

De la de Adán estirpe degradada,
fango inmundo no más y vil escoria,
es la criatura fiel que entusiasmada
bendice tu poder, canta tu gloria.

Tú abates al soberbio y engreído
lanzando sobre él todas tus iras;
por siempre al humilde y desvalido
con blandos ojos compasivo miras.

Y con fe pura a tu presencia vengo
a consagrar a ti, Rey de los reyes,
cuanto soy, cuanto valgo y cuanto tengo,
y a obedecer tus sacrosantas leyes.

Pero no tengo nada, dueño amado,
pues todo es tuyo cuanto en mí se encierra,
y te ofrezco lo mismo que me has dado
viviendo para ti sobre la tierra.

Y pues nunca, jamás, has desairado,
la dolorosa voz de mi quebranto,
concédeme la gracia que te pido,
si es para gloria de tu nombre santo.

Y si te place ¡oh Dios! que yo padezca
todo el rigor de mi destino impío,
haz a lo menos que tu amor merezca
cumpliendo fiel tu voluntad, Dios mío!


Dos siglos de literatura dominicana, (s. XIX-XX) : poesía / selección, prólogo y notas Manuel Rueda. 1996. Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional vol X. Editora Corripio, Santo Domingo.

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A la Poesía

Por Josefa Antonia Perdomo Heredia (1834-1896)

Arte sublime, mágica poesia
Que ornas al mundo de esplendor luciente,
Un rayo de tu luz brote en mi frente
I harás eterna la ventura mia.

Si en instantes de pena o de alegría
Prestas al pensamiento tu torrente,
Es mui más dulce al corazon ardiente
La opaca noche i el fuljente día.

Desde la infancia te adoré constante,
Quise seguir tu luminosa huella,
Pues que vi presentarse rutilante

Ante mis ojos la natura bella,
I desde entonces te busqué anhelante
Como si fueras de mi bien la estrella .


Poesías de la Señorita Josefa Perdomo. 1885. Prólogo de José Joaquín Pérez. Imprenta de García Hermanos. Santo Domingo.

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Noche de Insomnio

Por Josefa Antonia Perdomo Heredia (1834-1896)

Cuando la noche su negro manto
Sobre la tierra tendiendo vá,
Yo, triste i sola con mi quebranto,
De amargo llanto
Mi blando lecho quiero anegar.

Quiero, sin nada que me lo impida,
Tener siquiera la libertad
De que mi alma, triste, oprimida
La despedida
De sus ensueños pueda llorar.

Porque es horrible llevar la frente
Aparentando serenidad,
Cuando en el pecho sólo se siente
Dolor vehemente
Que no podemos disimular.

¡Ai! que en un tiempo de mas bonanza
En que mis sueños acaricié,
La luz radiosa de la esperanza
En lontananza
Vieron mis ojos resplandecer.

I yo felice con mis dolores
Entonces era, porque creí
Que Dios, movido por mis clamores,
A los rigores
De mi destino pusiera fin.

Empero, leve como la espuina ,
Esa esperanza se disipó,
I no es posible que yo presuma
Que, entre la bruma,
Halle ilusiones mi corazon.

I mientras lloro la triste ausencia
De esos ensueños ¡ai! que perdí,
Siento que al árbol de mi existencia
La resistencia
Le va faltando para sufrir.

¡Oh! ya comprendo que la fortuna
Siempre conmigo se mostrará
Nunca propicia, siempre importuna;
I que, una a una,
Mis ilusiones se llevará.

Mas, Dios lo quiere ¡bendito sea!
Que se haga en todo su voluntad;
I que en la angustia que me rodea
Siempre se vea
El dulce afecto de su bondad.

I cuando el cielo con su sonrisa
La vuelta anuncia del nuevo sol,
Lleva un suspiro la fresca brisa
Volando a prisa
Dó enviar quisiera mi corazon.


Poesías de la Señorita Josefa Perdomo. 1885. Prólogo de José Joaquín Pérez. Imprenta de García Hermanos. Santo Domingo.

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Desencanto

Por Josefa Antonia Perdomo Heredia (1834-1896)

A mi amiga la Señorita Doña Dolores Valverde

Tristeza i soledad es cuanto miro
En derredor de mí ! … No mas cantares:
Que no puedo cantar cuando a millares
Lágrimas vierto, sin cesar suspiro.

Del campo con las galas no me inspiro,
Ni conmuéveme el ruido de los mares,
Ni la brisa que gime en los palmares,
Mi sien halaga con su blando giro.

No me encanta el fulgor del claro día
Ni en la paz de la noche hallo consuelo
I no sé lo que siento, amiga mia,

Ni pudiera decirte lo que anhelo;
¡Ai! que el alma de todos desconfía,
I mi única esperanza está en el cielo.


Poesías de la Señorita Josefa Perdomo. 1885. Prólogo de José Joaquín Pérez. Imprenta de García Hermanos. Santo Domingo.

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El Huracán
del 6 de septiembre de 1883

Por Josefa Antonia Perdomo Heredia (1834-1896)

Espíritu invisible, que llenas el espacio,
Que acallas de los mares el hórrido fragor,
Que das a las auroras los tintes de topacio
I armónicos acentos al pardo ruiseñor.

Haz tú que de mi lira los ásperos concentos
Despierten en el pecho del mísero mortal,
De abnegacion sublime los nobles sentimientos
Que inspira a el alma grande la santa caridad.

De nubes condensadas se cubre el horizonte
Zumbando allá en las cumbres el trueno aterrador,
I piérdese en la cima del retirado monte
La tibia luz que vierte el moribundo sol.

Los cielos se oscurecen i se alza amenazante
Sus alas agitando la ronca tempestad,
Que pueblos i ciudades arrasa en un instante
Dejando las familias sin pan i sin hogar.

iOh tempestad grandiosa! yo gozo con tu aliento
Que llena a los mortales de horror i confusión
Pues siempre ante lo grande i lo sublime siento
Salir sobrecogido de asombro el corazon.

El plátano, la palma, el roble i la javilla
A tus embates fieros dobléganse a la vez,
I escóndese en el bosque la tímida avecilla;
Que todo lo domina tu indómito poder.

El piélago indomable sus ondas cual montañas
Levanta hasta las nubes tremendo, asolador,
Abriendo despiadado sus lóbregas entrañas
Do el náufrago errabundo su vida sepultó.

I en vórtice rugiente formando un torbellino
En perlas sus espumas arroja con furor,
I yo que siempre, siempre, desdeño lo mesquino
Encuentro en su grandeza sublime inspiracion.

Mas ai que de congoja me siento estremecida
Al ver cuando padece la triste humanidad,
Que en rudo desamparo quedara sumergida
Al ímpetu violento del recio temporal.

Que en vano tiende ansiosa la fatigada vista
Buscando el dulce albergue donde vivió feliz ,
Pues solo vé sus ruinas i llora i se contrista
Mirando ennegrecido su hermoso porvenir.

I en los desiertos campos vagando solitaria,
En nada, puede, en nada hallar consolación
A la mortal angustia, al ansia estraordinaria
Que abruma i despedaza su pobre corazón.

Tendamos una mano benéfica, amorosa
Al que la suerte impuso tan bárbaro sufrir,
Que yace en la desgracia mas cruda i horrorosa
Sin choza en que albergarse, sin lecho en que dormir.

Empero, si en sus juicios el Dios Omnipotente
Decreta que sintamos la cruda adversidad,
Suframos resignados, doblemos nuestra frente
En tanto que se cumpla su Santa voluntad.

Pues Él, tan solo es grande, Él solo Poderoso
Él solo el que domina los cielos i la mar,
I siempre a nuestras preces responderá piadoso
Prestándonos alivio, colmando nuestro afan .


Poesías de la Señorita Josefa Perdomo. 1885. Prólogo de José Joaquín Pérez. Imprenta de García Hermanos. Santo Domingo.

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