Ecos del destierro
¿A dónde vas, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
con el eco fatal de la agonía
que lanzo lejos de mis patrios lares?…
¡Ay! dime si a mi triste afán perenne
darás, volviendo, plácida esperanza,
o si rudo el destino su solemne
sentencia contra el bardo errante lanza.
Di si una pobre, triste, solitaria
madre que llora sin cesar, me augura,
dirigiendo hacia el cielo su plegaria,
penas amargas o eternal ventura.
Di si aún resuena lúgubre en su oído
aquel adiós del alma que le diera,
o si en su seno casto, bendecido,
mañana reclinado verme espera.
¡Ay! Dime, dime! En tan funesto día
dispersas vi mis ilusiones bella;
campos de flores, do el reflejo ardía
de un cielo azul de nítidas estrellas.
Y hoy… la esperanza en abandono llora
en los escombros y cenizas yertas
de tantas dichas que aún el alma adora,
de tantas dulces ilusiones muertas…
Ve, ráfaga fugaz, del alma aliento,
cruzando abismos a la patria mía,
¡que a ti no puede un sátrapa violento
imponerte su ruda tiranía!
Juega en las linfas del Ozama undoso,
besa los muros do Colón cautivo,
de negra y vil ingratitud quejoso,
el peso enorme soportara altivo.
Y si en la ceiba centenaria miras
muda ya el arpa que pulsé inspirado,
con los trenos de amor con que suspiras
haz que vibre mi nombre ya olvidado.
Yo soy aquel cantor que entre su seno
la alondra cariñosa comprimía,
mientras en el nido, de hojas secas lleno,
verdes guirnaldas con afán ponía.
Yo soy el trovador de esas colinas,
que de Galindo en la feraz altura,
velado por las sombras vespertinas,
rindió culto al amor y a la hermosura…
Vé, ráfaga, suspira, gime y canta;
a mi ángel puro con tu incienso aroma;
“ella” el santuario de mi vida encanta
cuando su imagen en mi mente asoma.
Vé y si junto a mi madre, mi inocente
dulce huérfana implora por mí al cielo,
estampa un beso en su virgínea frente,
signo de amor y paternal desvelo.
Y a todo lleva, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
el eco de la angustia y la agonía
que lanzo lejos de los patrios lares…
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