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Canto primero

Por Lorenzo Araujo (1947-)

De la mujer, de sus muchas virtudes,
ya triviales o excelsas, yo quiero cavilar…
Quiero viajar con ella por los mundos recónditos,
Rendijas del abismo, y hacia la inmensidad de los planetas.
Examinar, de sus cambiantes roles, si hay uno menos digno
o si son todos de jerarquías mayores.

¿Quién puede cuestionar a la mujer que es madre
sin manchar el cristal de la naturaleza?
¿Quien, sin justicia, le reprocha a una madre
sin contrariar a todo el universo?
De la mujer que es hija y que al hombre atrapa
entre dos sentimientos, distintos pero hermosos,
y lo convierte en una fiera dispuesta
a desgarrar a quien la dañe.

De la mujer hermana junto a la que creció,
consentidora, que lleva de por vida en los recuerdos
con la felicidad de los juegos de infancia y de las travesuras.
Si mayor, madre tierna también,
de quien queremos alejar la muerte.
Si menor, hija dulce, amado reservorio de cariños.

De la mujer que es médico y abraza su carrera
con devoción sagrada, pero al final del día,
su gloria está centrada en la casa y los hijos;
diferente del esposo doctor, que, entre congresos,
posiciones y logros, para casa y familia
el tiempo no le alcanza.

¿Qué decir de la mujer obrera,
la que cosiendo el saco número cien mil
describe el poeta?
¿Qué decir simplemente de la hembra,
vasija natural de la existencia?
¿Qué objetarle a la mujer preñada
si en su vientre se funden la fantasía
y el arte y la pasión del mundo y la esperanza;
nacen los sueños, convergen los milagros y
germinan las sagradas promesas en ese punto
fértil donde mujer y Dios son conjugados?

De su vientre de fuego, surge el misterio
de la existencia humana que dudar al
universo mismo, si es ella o es Dios quien da la vida.
Igual honra merece la que parió a Jesús,
que la que pare reyes, guerreros, presidentes, soldados,
obreros de las minas y a los niños del barrio.
Eterna gratitud a la mujer que de su pecho nutre,
A la que cría y cuida, da cariño, consuelo,
a la que ayuda día a día, mano a mano.

Con la cabeza baja, para mostrar respeto,
a la que inspira y da coraje;
a la que enciende la lumbre de pasiones;
a la que da la brisa conque el fuego se aviva;
a la que con paciencia cuida al marido
enfermo hasta la muerte.
Admiración eterna para el ser abnegado que
cuida de sus hijos hasta gozarlos,
y luego mueren, héroes, por la patria.
Loa a la mujer abuela, anciana de tiempo y de misterio,
que enlaza sin cesar generaciones y cuya virtud es el silencio.
De la pareja humana, ese prodigio,
ambos comparten por igual el vivir cotidiano
y los duros trabajos, pero solo ella produce los milagros.


Publicado en Oda a la Mujer. 2020. Editorial Santuario. Sto. Dgo.


florecitas

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