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José Mesón, memoria histórica

Nadie contó su historia de niño bateyero. Las aulas no nos cuentan si trinaba y saltaba, o bien, si acaso, era muy quedo. Los rieles del batey, ya enmudecidos, ni el crujir de las ruinas dicen si maroteaba cañas a los vagones, o volaba chichiguas como cualquier mozuelo en pantalones cortos. El flamboyán no cuenta de sus cuitas ni el laurel atestigua de esa sonrisa leve que se advierte en sus ojos lejanos. Calla el aura del cayo. Se ha arenado en el tiempo aquel raudo latir brotado de algún puberto anhelo que le insomneara el alba enamorada. ¿Cuán profundo sostenía la mirada? ¿De qué color sus ojos pintaban el mar de la esperanza? No hay vestigio. Las pulpas del café depilado en la fábrica, allá, en la esquina empotrada, colindante al ingenio, efigian su figura al viento de las palmas, o acaso en la arena de su cayo ancestral, se desdibuja a diario la huella de su vida…

¿Era proscrito el nombre del héroe de aquella foto infame que circuló en las calles, como símbolo inefable del terror y del miedo? Silencio. Olvido. Complicidad colectiva. Hay una calle muda que le nombra. Todo cuando más. Cumplido el protocolo, el Cabildo se esfuma lo mismo que la historia. Las aulas ―miopes y desmemoriadas― soterran a los héroes.

José Mesón, empero, reclama su nombre en las escuelas. Una siembra acerada de la memoria histórica que coseche en los pechos, bravías mentes claras, ávidas de justicia. No en vano con sus venas, con sus heroicas venas, se cobijó el nidal libertario de La Raza Inmortal que honra el calendario. ¡Ni un día más que lapide sus nombres! José Mesón, tu nombre taladra aún conciencias. Tu estirpe y tu legado revientan los silencios. Chimeneas aún braman en todos litorales donde los hombres libres ondean la bandera del alba justiciera.


Del libro Azúcar, Cayo y Puerto: la epopeya del Batey Central Barahona (2018). Books&Smith, NY.


florecitas

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