Afuera ruge el viento
A Luis Gregorio y César Sánchez Beras
por la paciencia y el amor que me prodigan
Afuera ruge el viento. Brutal, su fuerza revienta en ecos. Sólo la soledad de los árboles recios soporta empujes tales. Crujientes ramas se ondean al manto de la sórdida noche. Sólo sus férreas raíces le aferran al suelo, a la vida. Las silentes raíces. Inadvertidas, subterráneas ―tantas veces relegadas al olvido― obstinadas, sin embargo son sólidas columnas que lo sostienen todo. ¿Dónde el dolor de sus curvaturas? ¿Dónde el peso de los suelos y sus capas sucesivas? ¿Dónde los ríos que la cursan; la sequedad quemante; el frío de sus días sepultados? Todo el misterio de la humildad de las raíces se corona en la vida, que, afuera, se bate a muerte con la muerte.
Adentro yo, ovillado, privilegiado en la tibieza del hogar ¿reparo acaso en la nobleza que ardiendo hasta cenizas, me devuelve la vida? ¿Cuántos grados de amor diluyen este tiempo oscuro, gélido, desafiante entre fauces feroces que claman por mi alma? Bien sé que adeudo el sortilegio de mi buenaventura; el apacible lecho, la cobijante quietud, el dócil toque; el prado sonoro que matiza mis sentires.
Afuera ruge el viento pariendo tempestades. Insaciables tempestades que alfombran los fáciles senderos. Soledad y sepulcro son sus voces auríferas; sirenas solitarias sedientas de corderos, gestan suntuosos lares. Adentro, no menos cruenta es la batalla: yoes silenciosos, soberbios, rebeldes atorrantes ondean al sol sus vítores. Sin embargo, distantes están de la victoria cierta. Adentro yo, bizarro espejo roto rodando al pie del descalabro interno, sin íntimas respuestas. Adentro, aún más adentro, taladra El Verbo más allá de óseos estamentos; descorre para siempre el telón del espanto. No deja nada a obscuras. Espeja claramente al ente en su anatema. Ciego, sin argumentos, de vuelta a las raíces, consciente, con respirar profundo; cede el yo ante La Luz del Mundo.
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