Demonio de Ceniza
Por Franklin Mieses Burgos
Demonio de ceniza,
criatura a quien el fuego le dio su último nombre.
¿En cuál cerrado anillo del humano existir
se debate furiosa tu impotencia;
ese golpear insomne de campana que clama
sepulta en sus tinieblas;
grito de bestia herida que muriendo denuncia
desesperadamente su agonía;
esa su oculta muerte merecida?
Demonio de ceniza
a quién el dulce viento de Dios no eleva al cielo,
mar que cierra en sí mismo sus últimas orillas.
¿Cuál encono terrestre oscurece la noche
de tu cielo por dentro? ¿Es que anhelas acaso
cambiar a voluntad la sombra de tu origen,
o suscitar laureles aún sin verdecer
para tu torva frente?
Demonio de ceniza:
Cielo apartado y lejos de lo humano como el cielo.
La gloria es un rumor que llega desde fuera,
un mar enardecido cuyas olas se abaten
al frío pie sin vida de las mudas estatuas;
eco donde la noche terrible del olvido
también irá cayendo;
nada más que un rumor:
un lejano rumor salido de otros labios,
de otras almas en paz donde un júbilo niño
apenas ilumina la luz de una sonrisa.
Demonio de ceniza:
presencia y realidad de lo humano incompleto;
no hay cielo que soporte gozoso tu osamenta,
el hielo de tus inanos;
no hay cielo que se mire sereno por tus ojos;
aún aquél en que crecen desmesuradamente
las semillas del odio:
Demonio de ceniza
a quien el dulce viento de Dios no eleva al cielo:
saber no es reretir
únicamente e nombre terrestre de las cosas;
tampoco es recoger como un mendigo el eco
caído de otras voces,
ni cosechar en huerto de ajena sementera
una escuálida fruta en donde lo infecundo
fermenta su amargura;
saber es sepultar un nombre en lo más hondo,
tal vez si una palabra dé amor únicamente.
Porque en verdad, saber
es tan solo el pensar de un dios desmemoriado
que tiene que inventarse continuamente el mundo.
Hay una edad que pone solícita su tiempo
de amor al crecimiento;
no se salta de ésta ni se engaña tampoco
lo que viene del árbol madurando por dentro:
aquella savia suya de vigoroso aliento
que lo ensancha en conciencia y en plenitud de fruto;
él lo sabe de siempre;
pero el árbol jamas lo precipita:
he aquí toda la fuente de su sabiduría;
su realidad no excluye para ser la presencia
de ningún otro árbol igual que le acompañe;
él es, y goza en ser
de un modo leal y suficiente.
Demonio de ceniza:
tú no estás en el árbol,
en esa edad sensible de los brazos abiertos;
no te das generoso como la espiga al viento,
y es por esto que hay algo que te niega a tí mismo
por la voz cuando cantas;
algo amargo que a todos te denuncia lo mismo
que el cristal de un espejo;
algo oscuro e insondable en tu propio sentir,
que te hace morder con diente de rencor
tu propia sedienta primavera.
Demonio de ceniza:
Nada vale en la tierra
si no ha sido amasado con nuestra propia sangre;
nada es útil al hombre,
si no sale de él por la piedad y el llanto.
Miéses Burgos, F. de Propiedad del Recuerdo (1940-1942) en Clima de eternidad: obras completas. 1986.
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