Montaña I

La Monteada de Javier

Por José Reyes (1965-)

Está embrujado el panorama, todo lo que veo es bruma, he despertado en ella, la he tocado con mis manos y puedo jurarle a la vida, que el silencio tiene alma. La luna se ha quedado vacía cual memoria sin pasado, el destello de un despertar idóneo, deja huellas en las arenas del tiempo. Y el soplo de ternura que habita en mí, amenaza con expandirse como tornado de ensueño.

Me he separado del tumulto de la ciudad, una mañana fresca me levanta el espíritu, envuelta en una brisa suave que desciende desde la barbacoa. Es otra mañana contagiosa y pícara, llena de nubes en coreografía eterna, qué están surcando un cielo azul esplendoroso. El aire puro de la vieja montaña toma revuelo de ternura alborotada y el sonido que produce un riachuelo recién nacido de sus entrañas, forma una sinfonía de piedras y agua cristalina, por la cual se deslizan como peces, mis pensamientos de poeta campesino; poeta de tierra adentro.

Árboles extraordinarios, yagrumos de hojas plateadas, zona de lluvia perenne, bosque que al viento oculta, manto de cedros centenarios, sombra de palmeras etéreas, verdor que levanta en vilo el universo de las aves. Mis anhelos coordinados por la magia silvestre saltan de ladera a ladera, por senderos tan húmedos como el cauce de mis lágrimas, hasta encumbrarse en lo más alto de la vieja montaña.

Caminando muchas horas por caminos pedregosos, mojados y difíciles de transitar. Ahuecando bajo mis pisadas, barro, lodo color dorado y tierra de campo adentro. ¡Oh!, Monteada de Javier. Te he visto en el esplendor de tus verdes praderas prehistóricas dormida con tus bosques, y la carrera casi ingenua de las fuentes de tus arroyos, se trepa inexorablemente por mi emoción campesina, emoción de tierra adentro.

Monteada virgen, monteada hermosa, paisaje de todo lo inmenso. Ternura de surcos en riachuelos sublimes, que brotan y corren por tus frías laderas: para con su belleza indescriptible bañar los arrecifes del caribe y luego disiparse en el rincón perdido donde nace el viento.

El verdor de tus árboles asciende con ternura muy arriba, porque yo te he visto con mis ojos vivos como los que tiene el bosque. Tus jardines naturales fragantes como arroyuelo de paz, perfuman el aire puro que brota de ti húmedo y tropicalísimo, el agua formando arrugas al pasar entre las piedras, las hiedras en su follaje embellecen las praderas, un pino yace vencido por el agua y su corriente, lo he visto desde mi pluma más abajito del puente.

¡Oh monteada de Javier! Tierra soñada por mí, por tus valles y resbaladizos senderos surcó mi viejo Juan los atardeceres fríos, preñando la tierra morena con plantas de café y con hermosos plantíos. Tus manantiales traviesos como cachorros y, los cuervos que hacen acrobacias en tu espacio inmenso, son recuerdos inolvidables que jamás los borra el tiempo.

Arroyito de arenoso, arroyuelo de mi silencio, charcos áureos como mis pensamientos. Me he arrodillado en ti para agarrar en mis manos el agua que corre por tu cauce, para sí poder continuar por los recodos y caminos que llevan mis humanas pasiones de caminante campesino; caminante de tierra adentro. En mis manos también tomé el rumor de tu fuente, ¡Oh arroyito cristalino! Abastecí mis entrañas y sacié mis venas, apagué mi sed de antaño, sed de caminante, sed de campesino, sed de tierra adentro.

Monteada de mis recuerdos, montaña silente, deja que mi canto se pierda en tus angostos senderos, esconde mis versos en tus alturas, absorbe con ternura mi ego de poeta, para así sentirme libre como tus fuentes y conquistador como tus inolvidables mañanas. Porque no hay en este mundo nada más sublime que tus ecos, cuando el cantar de los gallos se repite de montaña a montaña. El canto de una avecilla, es una canción campesina, donde no existen notas extrañas ni pelegrinas.

Ya sangra el sol de un bello atardecer caído a mis espaldas como sabana candente, desde la nostalgia de mi pluma puedo ver sus valles. Se observan los mares anaranjados de un crespúsculo en llama, un ocaso que a lo mejor nunca más volverá a visitar la espesura de la vieja montaña. Un océano áureo de espesa niebla dorada, ha ocultado de mis pupilas lo más alto de la cordillera, pero una andanada de viento tan suave como el aroma de telanza, se hizo presente tan solo para enrollar el manto y recoger mis lágrimas.

Porque tan sólo al mencionar tu nombre, ¡Oh monteada de Javier! El universo entero se detiene como yo, para venerar tus encantos. Es que desde lo alto de la Barbacoa se puede ver la geografía del mundo, se ven las recuas de mulas bajando desde la Lechuza, cargadas del aroma mañanero, se ve el firme de Jigüerote, se ve la cima del Maniel, los meandros del rio Nizao, la afluencia del Mahoma, el azul del mar, se ven olas inmensas con espumas radiantes, se escuchan campesinos entonando sus cantos, se ven las manaclas de mi infancia y también se pueden ver las huellas de mis versos.


Publicado con permiso del autor (2021).


florecitas

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