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La siesta

La negra de los dientes blancos 
me ha prometido 
darme una cita junto a los naranjos, 
a la hora de la umbría, 
en el momento que gorgean los pájaros.

Se fue por la avenida de las acacias. Y en tanto 
que unas cotorras la empalizada brincan 
y ella por el andén se va alejando, 
por mi memoria cruza la visión de otro cuadro, 
vivido hace unos meses 
en el campo.

La quietud y el bochorno 
me van amodorrando, 
y ya siento en mis brazos su cintura 
y en mis labios sus labios; 
tiemblan cual uvas sus morados senos; 
y como un tronco al cual ya ha herido un rayo 
cae su cuerpo por tierra, y en el bosque 
los ruidos cesan por un rato. 
Y ya desvanecido aquel mal sueño, 
con los ojos fijos en el término vago 
continúa mi impiedad, indiferente 
como si nada hubiera pasado.

(1919)


florecitas

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