Moreno Jimenes-VII

Poema de la hija reintegrada

Agonía

I

Hija, yo no sé qué decirte si la muerte es buena 
o si la vida es amarga; 
sólo te aconsejo que despiertes, adulta de 
                                    comprensión más que tu Padre!

II

Hija, ya no habrá oriente ni poniente para tu porvenir: 
una sábana blanca serán tus días, 
una sábana blanca será tu pasado 
y tu recuerdo una estrella que frente a frente 
                                          me iluminará el porvenir!

III

No sé por qué tu agotamiento 
me trae una recóndita dicha anegada de lágrimas, 
que me hace auscultar el corazón de la tarde.

IV

Tu infancia y tu silencio me parecen hermanos.

V

Hija, hazme tomar la resolución de los otros: 
vuelve mi proa añicos 
y mi voluntad una piragua; 
que nada sea mío desde hoy, que no quiera 
                                    poseer nada mañana; 
desnudo de bienes y desnudo de virtudes hazme; 
sin egoísmo de lealtades y sin egoísmo de pureza; 
hazme entero el milagro de darme todo a los elementos, 
como si fuera en sustanciación un ser increado!…

VI

Tu vida fue microscópica, pero grande; 
el segundo de tu existir, eterno!

VII

Hija, cuántas nubes, 
cuántos pájaros, 
cuántos horizontes insospechados me abre 
                                    en el amanecer tu ruta!

VIII

Hija mía, para ti la mañana no será clara ni fresca; 
verás envuelta el alba en la noche, 
y las cosas de mayor transparencia 
tomarán ante tus ojos la actitud de un largo crepúsculo.

IX

En este mundo donde sólo se premia la 
                                    capacidad de fingir mejor, 
era justo que llegaras, y después de breves instantes, 
ya estuvieras confundida con la cal y con la 
                                    mariposa, con el carbón y con la piedra.

X

¡Cómo me alivianas la sombra, al advertir 
                          desde que te dormiste que en mi 
                                                 derredor todo es sombra!

XI

¡Oh tú, que me enseñaste desde que naciste 
a ver la vida con ojo más sabio 
y a la humanidad con ojo más triste!   
Triste, triste; ¿y no es acaso la suprema alegría 
                              de los seres mudables el ser tristes? 
Triste fue la faz de la tierra cuando se 
                                      desperezó el primer hombre! 
Triste tiene que quedar la tierra cuando se 
                              desentuma en su regazo el último hombre!

XII

¡Oh, tú, que desde que naciste pude decir: 
                                      boleta de la tumba 
Oh, tú, que ya crecida pude decir, por tu desvalidez, 
la preferida mía.

XIII

Por ti quise cambiar y que la fortuna me sonriera; 
por ti no cambié 
y la fortuna no me sonreirá nunca!

XIV

Hija, cada vez que examino tu vida 
me doy cuenta que tú eres como mi vida: 
una sombra entre dos crepúsculos!

XV

Iba a decir entre dos agotadoras auroras 
y ya ves, reincindí, sin querer, entre dos crepúsculos!

XVI

¿Por qué tan pura, tan casta y tan leve, te 
                                        debas parecer al crepúsculo?

XVII

Olvidaba que toda adjetivación es cruel y ruda: 
Dios dio desnudo a los hombres el verbo, 
y del lenguaje, sólo debe quedar desnudo el verbo!

XVIII

Toda filigrana de síntesis es una profanación 
                                     ¿verdad, hija mía? 
Ya no te puedo buscar sin parcializaciones, 
                                     sin atributo contingente: 
¡serás en mi incompleto nombrar, sencillamente, 
                                     el vaho de las cosas!

XIX

No te puedo asir con una palabra, 
y no debe extrañarte, recónditamente, 
porque estás para mí más alta que la región 
                                         de las palabras!

XX

Y vuelvo a caer en las comparaciones. 
¡Oh, hija, cuán subordinado estoy a la vida!

XXI

Miserable hombre que osa creer que 
                        después de la sombra la vida es vida!

XXII

De imperfecciones se forman nuestras excelencias 
y es toda la existencia del hombre un brazo tendido 
                            hacia el turbio por qué de los enigmas!

XXIII

-Tiene el pulso demasiado débil, 
pero este letargo no es la muerte-. 
Su médico era mi propia almohada de cabecera 
y yo quedé perplejo ante su callado 
                             sufrimiento y la miseria de la vida!

XXIV

Si fuera bizco de pensamiento 
y tuviera la boca siempre llena de mentidas palabras; 
hija, iba a blasfemar por tu dolor… pero, ¡perdona!

XXV

¡Compran caro el suelo donde colocan a los muertos, 
y ellos son más dueños de la tierra que los 
                             hombres que comercian con ellos!

XXVI

¡Al través de los milenios, los hombres son 
                             puñados de tierra 
que se deforman a su antojo!

XXVII

Hija, ya han venido a avisarme que tus pies están fríos. 
Hija, resígnate a que lo blanco no sea blanco 
                             y a que lo negro no sea negro.

XXVIII

Hija, cuán brilla el sol sobre el tamiz de los guayabos, 
cómo se agiganta la nada sobre la soledad 
                                             de tu aposento, 
cómo nace y renace la esperanza por entre 
                                       los ámbitos de la vida!

XXIX

Tibien la leche, terciada con agua, 
para si mi chiquitina despierta. 
Cuídemela hasta que se vuelva esperma como 
                             capullo inmortal el cuidado. 
Ella es carne de mi vida, flor de mi 
                             pensamiento, cemento de mi alma.

XXX

(¡Eres, amada mía, 
como flor del higüero joven, 
como el azogue del crepúsculo, 
como la diafanidad de la Naturaleza toda!).

XXXI

No seas padre; sé Hombre, 
sencillamente. 
¡Gira tu vida a tu derredor 
y que tu amor a una abstracta “Humanidad” 
no te haga olvidar jamás de que eres Hombre!


florecitas

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