Intemperie
Por Francisca Hernández Martínez (1973 – )
En la intemperie cruel
el cielo inmenso es mi techo.
Manchas grises dejan ver
—entre una y otra—
el firmamento azul.
Los rayos ultravioletas del sol,
benévolos en un tiempo,
necesarios aún,
penetran rabiosos hasta aquí,
donde los hombres perforaron
el casco protector,
el techo de nuestra casa…
Ozono por aquí, ozono por doquier;
filtro que suavizaba su paso
por el único planeta azul del universo.
En la intemperie,
las montañas como hombres gigantes
reposan la sed, desiertas;
sin árboles que la acompañen,
la tierra se parte y no puede sangrar.
¿Es que no hay nada en su exterior
que la plaga maldita no haya gastado ya?,
ni agua, ni oro, ni petróleo, ¡nada!,
no le queda nada.
La tierra clama y se niega a parir,
a la tierra ya no le queda llanto.
A la impiedad de la intemperie
se ha dejado el océano con sus muertos,
con sus brumas. Sus hijos se asfixian
con desechos plásticos, sus hijos se ahogan
entre el negro petróleo
que también por el hombre
se derrama fuera de su lugar.
¿Será que no hay un lugar donde no penetre su fuerza destructora?
Si es el fondo lo perfora, si es el techo lo derrumba,
si es el bosque lo devora, ¡nada!, ¡nada!,
y la intemperie no puede con él.
Solo en su rostro empieza a hurgar
haciendo una zanja por aquí y otro por el alma,
le surca la piel, poco a poco y esto si lo aterroriza,
entonces el hombre se inventa métodos,
la extiende, la hala, y la intemperie
burlona la vuelve a surcar.
Pero el hombre insiste por ganarle la carrera,
no se desespera sabe muy bien
que en los últimos millones de años
a pesar de su inclemencia le ha podido ganar la batalla.
Cuando la intemperie lo atacó con agua se construyó un arca;
después lo atacó con fuego y se metió entre las rocas.
La intemperie mantiene al hombre ocupado,
le cubre el pelo de nieve,
eso también le asusta,
aunque algunas veces
no se inmuta ante estas pequeñeces
otras la cubren con químicos inventados
una y otra vez, entonces inquieta le tira el pelo
y el hombre sonriente la ignora,
la intemperie más insistente y abrumadora
le quita las fuerzas, desgasta sus músculos,
le tumba los dientes, le dobla el lomo
y llena sus ojos de nubes,
pero el hombre sabe cómo reponerse
y esparce su semilla indestructible a la inclemente intemperie.
Publicado en Sororidad. Poesía y Narrativa. 2020. Editora Poeta de la Nueva Era. Reproducido aquí con autorización de la autora.
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