Final III

Cuatro Bucólicos

Por José Joaquín Luna Ortega (1960-)

I

Arriba un monstruo dorado
el áureo sol pestañea
entre las nubes bordadas
y entre la brisa de seda.

Abajo el campo sombreado
y en él mil aves que juegan
entre el murmullo del viento
y el aroma de la tierra.

Un hombre trabaja y canta
un buey y asno rumean
entre terruños arados
y entre verdosas praderas.

Se levanta majestuosa
sola y bella una palmera
y un arroyuelo que canta
al compás de mil abejas.

Arriba un monstruo dorado
el áureo sol brilla y quema
y el labrador agotado
bajo un árbol se recuesta.

II

El cerro enhiesto brilla y reverdece
estriba de la lánguida montaña
y forman una rara telaraña
las rocas, la cañada y los cipreses.

Una nube en el cielo se estremece
por la brisa abatida y desdoblada
simulando una niña enamorada
esperando un osado que la bese.

En la altura de un pino que se mece
un pajarillo trina melodioso
mostrando en su plumaje majestuoso
la belleza de un sol que resplandece.

El arroyo en su canto que enternece
con su nueva y su linda melodía
sigue cantando, canta noche y día
entona su canción, nunca enmudece.

Monótono se escucha (como creces)
el zumbido de abejas laboriosas
que corren y se agitan presurosas
vienen y van una y miles de veces.

En el tronco de un árbol que ensombrece
me siento yo al lado del camino
y me arrulla la brisa de los pinos
y su tenue fragancia me adormece.

III

En la hojarasca escarba una gallina
mientras una decena de polluelos
se estrujan juguetones en el suelo
con su frágil destreza serpentina.

Lo árboles estáticos en su esmero
contemplan el tropel de correrías
escuchando del viento la poesía
que la brisa escudriña de los cielos.

Sobre un almendro trina un carpintero
y rebosa en su canto la ternura
mostrando de los montes las alburas
y el orgullo de todo el que es montero.

Los pinos con su aroma y su resina
al ambiente dan tono emocionante
y completan el cuadro fascinante
y conjunto de rocas marfilinas.

Bajando por la loma va el sendero
y se oculta allá abajo en la quebrada
entrecruza y redobla la cañada
se pierde allá …. y se junta con el cielo.

IV

Ya del viento en monte se oía
el rítmico vibrar acostumbrado
cuando loco y feroz estremecía
mudos pinares medio trasnochados.

Y lánguida figura reflejaba
cual la sombra de incierta alegoría
sobre el albo matiz de una cascada
el sol que entre sus aguas se dormía.

Y cuando a despertar se presta el día
en mágica amalgama alborotada
brota de entre la tierra la alegría
al bostezo de flores holgazanas.

Y ya cuando la tarde se moría
sollozando rabiosa a la alborada
un silencio de aromas y ambrosía
rondaba la cañada.


Reproducidos con permiso del autor.


florecitas

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