Noche V

Himno al Sol

Por José María Heredia (1803-1839)

(Escrito en el océano)

En los yermos del mar, donde habitas,
alza ¡oh Musa! tu voz elocuente:
lo infinito circunda tu frente,
lo infinito sostiene tus pies.
Ven: al bronco rugir de las ondas
une acento tan fiero y sublime,
que mi pecho entibiado reanime,
y mi frente ilumine otra vez.

Las estrellas en torno se apagan,
se colora de rosa el oriente,
y la sombra se acoge a occidente
y a las nubes lejanas del sur:
Y del este en el vago horizonte,
que confuso mostrábase y denso,
se alza pórtico espléndido, inmenso,
de oro, púrpura, fuego y azul.

¡Vedle ya…! Cual gigante imperioso
alza el Sol su cabeza encendida…
¡Salve, padre de luz y de vida,
centro eterno de fuerza y calor!
¡Cómo lucen las olas serenas
de tu ardiente fulgor inundadas!
¡Cuál sonriendo las velas doradas
tu venida saludan, oh Sol!

De la vida eres padre; tu fuego
poderoso renueva este mundo;
aun del mar el abismo profundo
mueve, agita, serena tu ardor.

Al brillar la feliz primavera,
dulce vida recobran los pechos,
y en dichosa ternura deshechos
reconocen la magia de Amor.

Tuyas son las llanuras: tu fuego
de verdura las viste y de flores,
y sus brisas y blandos olores
feudo son a tu noble poder.

Aun el mar te obedece: sus campos
abandona huracán inclemente,
cuando en ellos reluce tu frente,
y la calma se mira volver.

Tuyas son las montañas altivas,
que saludan tu brillo primero,
y en la tarde tu rayo postrero
las corona de bello fulgor.

Tuyas son las cavernas profundas,
de la tierra insondable tesoro,
y en su seno el diamante y el oro
reconcentran tu plácido ardor.

Aun la mente obedece tu imperio,
y al poeta tus rayos animan;
su entusiasmo celeste subliman,
y le ciñen eterno laurel.

Cuando el éter dominas, y al mundo
con calor vivificas intenso,
que a mi seno desciendes yo pienso,
y alto numen despiertas en él.

¡Sol! Mis votos humildes y puros
de tu luz en las alas envía
al Autor de tu vida y la mía,
al Señor de los cielos y el mar.

Alma eterna, doquiera respira,
y velado en tu fuego le adoro:
si yo mismo ¡mezquino! me ignoro,
¿cómo puedo su esencia explicar?

A su inmensa grandeza me humillo:
sé que vive, que reina y me ama,
y su aliento divino me inflama
de justicia y virtud en amor.

¡Ah! si acaso pudiera un día
vacilar de mi fe los cimientos,
fue al mirar sus altares sangrientos
circundados por crimen y error.


1825
De Jose Maria Heredia – Poesias Completas.


florecitas

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