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Del Crepúsculo

Por José Joaquín Luna Ortega (1960-)

Hora de soledad y de melancolía;
hora de recordar, llorar y amar;
hora de sonreír, olvidar y vivir.
Es hora de soñar; la tarde muere.

La dorada esfera del sol, que entes lucía altiva y agresiva, se torna ahora sumisa y se aleja paulatinamente del escenario celestial, dejando tras si todo un firmamento azul que poco a poco descolorase hasta volverse cada vez más gris.

Una bandada de juguetones golondrinas confúndese allá a lo lejos con las copas de los pinares, y en las verdes hojas de la arboleda se puede ver claramente el preámbulo de la calma nocturnal.

Las almas soñadoras y románticas vuelan también a esta hora recorriendo todo un mundo maravilloso y fantástico constituido por los gratos recuerdos, por los sueños azules, por las ilusiones y por las añoranzas. Vuelan las almas a las más recónditas regiones en busca de un efímero amor que se fue o persiguiendo las gratas vivencias infantiles que se nos quedaron agachadas en remotas y bellas regiones, donde junto con esas vivencias quedó quizás enterrada nuestra alegría.

Vuela otras veces el alma en busca de ese remanso de paz y arrullo que ha tenido que abandonarse para emprender la búsqueda del mundo por los sinuosos y escuetos caminos de la vida y la aventura.  Ese remanso inmenso donde todo es azul y hermoso y donde todo se soluciona satisfactoriamente bajo los doctos consejos de una madre santa y buena.

Vuelan todas las almas, unas más altas y otras a menos alturas; todas vuelan más allá de la realidad; pero sólo hay un alma capaz de volar y volar hasta atravesar la barrera de la melancolía y la estética, y situarse justamente junto al sol para de allí esfumarse misteriosamente con él y desaparecer lentamente entre las sombras de la noche; es el alma del poeta.

Hora crepuscular;
hora de calma;
de soledad intensa,
hora de llanto.
Horas sombrías de angustias
hora de calma feliz,
añoradas horas mustias
hora de azul y de gris.


Reproducidos con permiso del autor.


florecitas

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