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jacintos

El lado sutil de mi viejo

Por Juan Raúl Sepúlveda

Padre, te vi cavilando
en tu desecha enramada,
estaba en la empalizada
y me dejaste pensando.
claro estabas musitando
palabras a tu propio oído,
sólo tu can preferido
te prestaba su atención,
mientras con rara emoción
me mantenía observando.

Tu mullida mecedora
con monótono chirrido
sin querer daba sonido
de manera encantadora.
En silencio, sin demora
me asomé a acompañarte,
aunque quería abrazarte
en el acto me contuve,
a dos pasos me mantuve,
ya no quise importunarte.

Absorto te vi ceder
frente el cetrino maizal,
detrás aquel pastizal
en un bello atardecer.
Muy seguro estuve al creer
que abordaría la fecha
de aquella “rica cosecha”
de guandul y de frijol
o al parlanchín español
y su amistad tan estrecha.

Esperaba oírte parlar
de tu mulo predilecto
que con su paso perfecto
siempre solías montar.
Del afinado cantar
de tu gallo juguetón,
del café que en el fogón
cuelas cada madrugada,
de la azada abandonada
que guardas en el rincón.

Más del claro susurrar
una bella historia oí,
tan preciada para mí
que la paso a relatar.
Viendo lágrimas rodar
por tu rostro avejentado,
te dijiste enamorado
de la “Reina más hermosa”,
que cual exquisita rosa
aún sigues encantado.

Describías a tu esposa
como sublime doncella,
que cual rutilante estrella
era fina y glamorosa.
Que es “la dulce mariposa”
que aletea en cada sueño,
la musa que con empeño
te acompaña en el final,
Ser, en tu vida real
con su divino diseño.

Al fin pude conocer
tu lado sentimental,
la faceta personal
que pretendía esconder.
Rostro oculto de un ayer
bañado con el sudor
que regabas con amor
mientras preñaba la tierra
en la falda de la sierra
con esmerado primor.

Llevas con mucha nobleza
grabada sobre tu piel
la dulzura de la miel
y del roble su firmeza.
El aroma con certeza
del mango y de la guayaba,
el calor que calcinaba
tus manos en el estío
y en la puerta del bohío
el beso que te esperaba.

Tú eres fuente de vida,
entrega y dedicación,
en tu sangre la pasión
late rauda y presumida.
Es tu pecho la guarida
del amor y la bondad,
predicas con la verdad
dando ejemplo cada día,
del hogar eres bujía
y columna de unidad.

De la familia su guía
manantial de provisión,
perenne motivación,
realidad y utopía.
Eres tú quien desafía
cada tropiezo y caída,
eres propicia avenida
de paz y serenidad,
raíz, motivo, piedad,
de la duda su salida.

Oportuno consejero,
centinela de su sueño,
del mayor y del pequeño
defensor celoso y fiero.
A veces firme y severo,
pero risueño y jovial,
caballeroso, social,
puro, cabal, bondadoso,
¡sólo a veces!.. muy curioso,
como mi abuelo… ¡tal cual!

Junio 13, 2025
Poema inédito. Publicado con permiso del autor


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El verano del 95 (relato)

Por Ricardo Vacca-Rodríguez

Es la casa donde cierta vez viví y en su patio solía jugar con estrellas de mar traídas de las playas del sur y soldaditos de plomo que jamás perdieron una batalla. Alumbraba los geranios y las losetas una luna acostumbrada a gotear sombras por la noche

Este es el sitio, el dormitorio donde cada tarde mi padre suele dormir su siesta después de tomar su café o sus medicinas.

Había días que él, despertaba y abría las mañanas de la casa de par en par solo con su saludo y su tatuaje de marino que llevaba en el brazo izquierdo iluminaba el día como una rosa eterna.

El solía caminar taciturno hacia la empedrada playa de sus recuerdos mientras que yo, en mis escasos trece años, trepaba su silencio en mi bicicleta y sentía su aliento antiguo detrás de su beso en mi mejilla. Había tardes en que, fumando su pipa, nos embarcábamos en sus historias insólitas. Él era el marino mágico que encendía en secreto las estrellas de mar. El remero interminable que podía pasearse en el océano en una cáscara de huevo. Era el contador de cuentos inacabables, quien escondió en su pecho un secreto que nunca logré descubrir. El amado por las mujeres y admirado por los amigos. El descubridor de lo absurdo en los ojos de la gente, porque la vida tiene su argumento que jamás acabamos de entender, una esquina donde la historia confabula con la muerte.

Sentía que mi padre, a pesar de su silencio, su amor era puro como el cristal que la lluvia gotea cada amanecer. Descubrí en él, al pintor de crepúsculos, al mago, al misterio.

Y ahora, observo las ventanas de la casa como astilla en el ojo de un recuerdo que se resiste a llorar y veo el pecho hundido de mi padre y su mirada extraviada entre su incomprensión y trozos de silencio atracados en su boca y me pregunto:

¿Dónde está el marino mágico que encendía las estrellas con sus ojos? ¿Dónde ha quedado el fabricante del abrazo y del vino? ¿Dónde dejó anclado su sueño? ¿En qué libro su firma inconclusa? ¿Bajo qué cama quedaron desperdigadas sus huellas de insomnio? ¿En qué caja dejó escondido su martillo de sangre? su mirada, su pipa.

Y me rebelo a la respuesta que presiento. Más que una casa, una tarde o una historia del océano, es un sitio increíble donde mi padre verano tras verano se está muriendo entre medicinas, abrazos y palabras familiares que no entiende.

Son las tres y treinta y la madrugada está oscura. Mi padre me mira, pero es en vano, ya no entiende de mi ternura.

Publicado con permiso del autor.


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