A Un Vencido
Para La Cuna de América
¿Caíste? Di: ¿deshecha la coraza,
libre tu pecho al enemigo dardo?
¿La fuerte lanza, rota
rodó a tus pies acaso?
¡Ah no! Soñaste con supremas lides:
el duelo del Peleida y el troyano;
Ares bronco vencido por Diomedes…
Y viste, con angustia y con espanto,
héroes y triunfadores,
a Tersites y a Pándaro.
¡Y esquivaste la liza!
Tornaste, sin heridas y sin lauros,
al hogar silencioso,
al fiel terruño patrio
donde, pensando en los que lejos luchan,
cantan su triste coro los ancianos.
¡Ah! ¡Tornaste sin gloria!
¡Sin herida y sin lauro!
¡Mas qué! ¿Sólo vileza hallaste? ¿Nunca
viste flotar sobre el ardido campo,
envolviéndolo en luces diamantinas,
la veste de la diosa de ojos claros?
¿Dónde tu fe, tu esperanzado brío,
dónde el arresto y la virtud del brazo?
¡Y si un blasón al menos
llevaras a tu albergue solitario!
¡Si en tu cuerpo, una herida
nutriera el germen de los odios santos!
¡Ah! Vencido sin lucha,
porque no viste en liza a los gallardos,
porque mancharon, al pasar, de lodo
tu escudo refulgente los enanos;
te doblega el primero
juvenil desencanto,
y las armas guerreras
intactas vuelves a los lares patrios.
Pero no sabes, pálido vencido,
vivir feliz en el hogar lejano,
indiferente al estridor de guerra;
y no podrás, con tu dolor amargo
y tu anhelo marchito,
vivir seguro como el persa bardo
en la gran soledad de sus ensueños,
en el sonoro orgullo de sus cantos.
México, 1909
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