A Colón
En el 404avo aniversario de la llegada de Colón a América
¡Ay del piloto! La airada turba
con fiero amago blande el puñal,
preso al piloto nada conturba
fijo en la imaginación de su ideal.
Salomé Ureña de Henríquez.
¿Qué resta de las grandes,
las gloriosas naciones del pasado?
Y su arte, que gigante
bajo todas sus formas, fue admirado
por las épocas todas ¿dónde ha huido?
Su esplendor y su gloria han perecido.
Todo pasa. Mas ¡ah! que aquellas obras
que en su inmortal anhelo
dan genios inmortales a la historia,
eternas vivirán en la memoria
mientras vuela su alma al alto cielo.
Así Colón. Heroico, despreciando
la inconstante fortuna,
vagaba entre las sombras, mendigando
de avaros reyes a su empresa ayuda.
Mas al fin, tras la noche de la duda,
Isabel aparece en su camino;
y puede ya lanzarse al océano
para cumplir su divinal destino.
Y por el mar avanzan;
pero cansada al fin de ver los días
uno tras otro transcurrir, la turba
se rebela. Mas ¡ah! nada conturba
aquella alma tranquila, y le responde:
“Esperad a que el sol se hunda de nuevo”.
Y se hunde el sol, y tras el mar se esconde.
Colón, en cruel desvelo
pasa la noche, y cuando ya la aurora
a alumbrar viene el mar, cual luz del cielo
¡mira surgir la tierra salvadora!
Puerto Plata, octubre 1896
Regresar a las obras de Pedro Henríquez Ureña