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Mi Ofrenda a la Patria[1]

¡Hace ya tanto tiempo…! Silenciosa 
sí, indiferente no, Patria bendita, 
yo he seguido la lucha fatigosa 
con que llevas de bien tu ansia infinita.

Ha tiempo que no llena 
tus confines la voz de mi esperanza, 
ni el alma, que contigo se enajena, 
a señalarte el porvenir se lanza.

He visto a las pasiones 
levantarse en tu daño conjuradas 
para ahogar tus supremas ambiciones, 
tus anhelos de paz y de progreso, 
y rendirse tus fuerzas fatigadas 
al abrumarte peso.

¿Por qué, siempre que el ruido 
de la humana labor que al mundo asombra, 
recorriendo el espacio estremecido 
a sacudir tu indiferencia viene, 
oculta mano férrea, entre la sombra, 
tus generosos ímpetus detiene?

¡Ah! yo quise indagar de tu destino 
la causa aterradora: 
te miro en el comienzo del camino, 
clavad siempre allí la inmóvil planta 
como si de algo que en llegar demora, 
de algo que no adelanta, 
la potencia aguardaras impulsora…

¡Quién sabe si tus hijos 
esperan una voz de amor y aliento! 
dijo el alma, los ojos en ti fijos, 
dijo en su soledad mi pensamiento.

¿Y ese amoroso acento 
de qué labio saldrá, que así acuda 
el espíritu inerme, y lo levante, 
la fe llevando a reemplazar la duda, 
y del deber la religión implante?

¡Ah! la mujer encierra, 
a despecho del vicio y su veneno, 
los veneros inmensos de la tierra, 
el germen de lo grande y de lo bueno.

Más de una vez en el destino humano 
su imperio se ostentó noble y fecundo: 
ya es Veturia, y desarme a Coriolano; 
ya Isabel, y Colón halla otro mundo.

Hágase luz en la tiniebla oscura, 
que al femenil espíritu rodea, 
y en sus alas de amor irá segura 
del porvenir la salvadora idea.

Y si progreso y paz e independencia 
mostrar al orbe tu ambición ansía, 
fuerte, como escudada en su conciencia, 
de sus propios destinos soberana, 
para ser del hogar lumbrera y guía 
formemos la mujer dominicana.

Así, de tu futura 
suerte soñado con el bien constante, 
las fuerzas consagré de mi ternura, 
instante tras instante, 
a dar a ese ideal forma y aliento, 
y rendirte después como tributo, 
cual homenaje atento, 
de mi labor el recogido fruto.

Hoy te muestro ferviente 
las almas que mi afán dirigir pudo: 
yo les di de verdad rica simiente, 
y razón y deber forman su escudo.

En patrio amor sublime 
templadas al calor de mis anhelos, 
ya sueña que tu suerte se redime, 
ya ven de tu esperanza abrir los cielos.

Digna de ti es la prenda 
que mi esfuerzo vivísimo corona 
y que traigo a tus aras en ofrenda 
¡el don acepta que mi amor te abona!

Que si cierto es cual puro 
mi entusiasta creer en esas glorias 
que siempre, siempre, con placer te auguro; 
si no mienten victorias 
la voz que en mi interior se inspira y canta, 
los sueños que en mi espíritu se elevan, 
ellas al porvenir que se adelanta 
de ciencia y de virtud gérmenes llevan.


Nota:

[1] Salomé Ureña de Henríquez, en vez de un discurso, recitó este poema en el acto de investidura del primer grupo de sus discípulas, nuestras primeras maestras normales.


florecitas

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