Una esperanza
Al Sr. D. Enrique Coronado
¡Oh, tú, que errante vagas, ausente de tus lares,
vertiendo en tristes notas tu amarga decepción!
Escúchame un momento, da tregua a tus pesares
y entrega a la esperanza tu mártir corazón.
No pueden, no, calmando tus horas de amargura,
llevarte mis cantares un eco del hogar;
mas pueden anunciarte que vívido fulgura
de redención el iris sobre el Caribe Mar.
Y pueden, sí, llevarte los votos que del alma,
colmados de esperanza, se elevan hasta Dios,
pidiendo para Cuba la bienhechora palma
que busca en los combates y del martirio en pos.
Mil veces ¡ay! me trajo la brisa confidente
de víctimas inertes los ayes de dolor,
y el grito de los héroes, enérgico y potente,
y de los bravos mártires el himno redentor.
Y a cada nuevo lauro que alcanza en la pelea
la perla de los mares del mundo tropical,
dilátanse las fibras del alma que desea
levante victoriosa la frente virginal.
Se abate ya el orgullo de la arrogante España;
ya tiembla y retrocede, sin fuerzas, el león;
y en vívidos fulgores el horizonte baña
la Estrella Solitaria de augusta redención.
La perla codiciada del mundo americano,
la tímida cautiva, potente se alza ya;
y, el carcomido yugo rompiendo del hispano,
triunfante, de los libres el himno entonará.
La América Latina con palmas y con flores
se apresta de ese triunfo la gloria a celebrar,
y anhela entre el estruendo de aplausos y loores
la redimida sierva sonriendo coronar.
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