René del Risco – VII

Oda de la mañana infantil

Cerca de las verdes aguas,
bajo los cándidos, poderosos almendros
macizos y maduros;
a saltos, por los senderos florecidos
y oyendo la canción de juveniles madres
en los patios, en las tranquilas casas.

Era la luz franca y abierta,
la mañana infantil
de las cerezas…

¿Recordaré, tal vez,
las doradas abejas,
la paila de encendido cobre antiguo
y la voz de aquel Tío
que iba a la playa por las tardes…?

Un roble amplio y sereno
cuidaba de la casa
y tendía sus ramas sobre el techo…
Era de limpia madera familiar,
conocedor de los días alegres
y de los tristes días
y era, tal vez, él mismo bajo el sol,
la vegetal constancia
del esfuerzo y la fe
de que se alimentó nuestro apellido
bajo las privaciones y las muertes,
bajo las incomprensiones
y los largos días grises
que yo no conocí del todo…

Yo sí doy testimonio de la soleada terraza
de clara tierra humedecida,
de las dulces almiras
y del aljibe abandonado
a un lado de la casa.

Las mariposas poblaban aquel sitio,
aquella alta enramada
y yo las conocía en las paredes,
en la fresca mañana de cielo azul,
de infantil alegría barrial y provinciana..

Había también un perro ingenuo
de pardos pelos acariciados tiernamente cada día.
Recuerdo que murió de pronto,
como si de repente entristeciera.

Lo enterramos bajo un árbol joven para entonces;
yo una vez buscaba sus huesos cavando en la mañana…
Toda la luz
se resumía en los frutos,
en el pan matinal,
en las pulidas cacerolas
y en el agua goteante de los grifos.

Era esa la luz inesperada,
el espontáneo brillo de los días
junto al sereno río de corriente infantil,
ésa era la luz en los veleros,
en las plantas silvestres,
en los pequeños trillos del traspatio,
en la madera de las casas…

Yo debiera recordar en este instante
la voz clara de la abuela,
o los viejos retratos,
o los libros de entonces,
o simplemente recordar
alguna fiebre gripal,
algún cuarto cerrado en la mañana
y los medicamentos
y las gruesas frazadas
y la lluvia cayendo
cerradamente,
sordamente,
pesada…

Pero no,
sólo el liviano grito,
la pisada ligera,
la fresca brisa
y los olores de aquel tiempo
extrañamente lejano,
como sin musas ya,
como sin voces…

Pero no.

Yo sólo quiero recordar esta alegría
venida desde entonces
en esta Oda
repentina,
frutal,
inofensiva
y
para siempre
en este punto
detenida!

1964


Cuentos y poemas completos. 1981. Usado con permiso de la Fundación René del Risco Bermúdez


florecitas

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