Salomé-XVII

Quejas

Te vas, y el alma dejas 
sumida en amargura, solitaria, 
y mis ardientes quejas, 
y la tímida voz de mi plegaria, 
indiferente y frío 
desoyes ¡ay! para tormento mío.

¿No basta que cautiva 
de fiero padecer entre las redes 
agonizante viva? 
¡Ay, que mi angustia comprender no pueda, 
que por mi mal ignoras 
cuán lentas son de mi existir las horas!

Sí, que jamás supiste 
cual se revuelve en su prisión estrecha, 
desconsolado y triste, 
el pobre corazón, que en lid deshecha 
con su tormento rudo 
morir se siente y permanece mudo.

Y en vano, que indiscretos 
mis ojos, sin cesar, bajo el encanto 
de tu mirar sujetos, 
fijo en los tuyos con empeño tanto, 
que el corazón desmaya 
cuando esa fuerza dominar ensaya.

Deja que pueda al menos 
bañándome en su luz beber la vida, 
y disfrutar serenos 
breves instantes en tu unión querida, 
que es para mi amargura 
bálsamo de purísima dulzura.

Deja que al vivo acento 
que de tus labios encendidos brota, 
mi corazón sediento, 
que en pos va siempre de ilusión ignota, 
presienta enajenado 
las glorias todas de tu edén soñado.

¡Ah, si escuchar pudieras 
cuanto a tu nombre mi ternura dijo! 
¡Si en horas lisonjeras 
me fuera dado, con afán prolijo, 
contarte sin recelo 
todo el delirio de mi amante anhelo!

Mas no, que mi suspiro 
comprimo dentro el pecho acongojado.


florecitas

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