Skip to content

Sombras

Alzad del polvo inerte, 
del polvo arrebatad el arpa mía, 
melancólicos genios de mi suerte. 
Buscad una armonía 
triste como el afán que me tortura, 
que me cercan doquier sombras de muerte 
y rebosa en mi pecho la amargura.

Venid, que el alma siente 
morir la fe que al porvenir aguarda; 
venid, que se acobarda 
fatigado el espíritu doliente 
mirando alzar con ímpetu sañudo 
su torva faz al desencanto rudo, 
y al entusiasmo ardiente 
plegar las alas y abatir la frente.

¿No veis? allá a lo lejos 
nube de tempestad siniestra avanza 
que oscurece a su paso los reflejos 
del espléndido sol de la esperanza.

Mirad cuál fugitivas 
las ilusiones van, del alma orgullo; 
no como ayer, altivas, 
hasta el éter azul tienden el vuelo, 
ni a recibirlas, con piadoso arrullo, 
sus pórticos de luz entreabre el cielo. 
¿Cuál será su destino? 
Proscritas, desoladas, sin encanto, 
en vértigo van del torbellino, 
y al divisarlas, con pavor y espanto 
sobre mi pecho la cabeza inclino.

Se estremece el alcázar opulento 
de bien, de gloria, de grandeza suma, 
que fabrica tenaz el pensamiento: 
¡bajo el peso se rinde que le abruma! 
Conmuévese entre asombros, 
de la suerte a los ímpetus terribles, 
y se apresta a llorar en sus escombros 
el ángel de los sueños imposibles.

Venid genios, venid, y al blando halago 
de vuestros himnos de inmortal tristeza, 
para olvidar el porvenir aciago 
se aduerma fatigada mi cabeza. 
Del arpa abandonada 
al viento dad la gemebunda nota, 
mientras que ruge la tormenta airada, 
y el infortunio azota 
la ilusión por el bien acariciada, 
y huye la luz de inspiración fecunda, 
y la noche del alma me circunda.

Mas ¡ah!  venid en tanto 
y adormeced el pensamiento mío 
al sonoro compás de vuestro canto. 
¡Meced con vuestro arrullo el alma sola! 
Dejad que pase el huracán bravío, 
y que pasen del negro desencanto 
las horas en empuje turbulento, 
como pasa la ola, 
como pasa la ráfaga del viento.

Dejad que pase, y luego 
a la vida volvedme, a la esperanza, 
al entusiasmo en fuego: 
que es grato, tras la ruda 
borrasca de la duda, 
despertar a la fe y a la confianza, 
y tras la noche de dolor, sombría, 
cantar la luz y saludar el día.


florecitas

Regresar a las obras de Salomé Ureña de Henríquez