Salomé-XXIV

Anacaona (primera parte)

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Por Salomé Ureña (1850-1897)

Tendida en las espumas
del piélago sonoro,
nacida al rayo de oro
del éter tropical;
de vida palpitante,
bellísima y lozana,
Quisqueya eleva ufana
la frente virginal.

Quisqueya, que a las nubes
encumbra sus montañas,
y guarda en sus entrañas
mineros de valor,
y entre aguas que fecundan
campiñas siempre amenas,
auríferas arenas
prodiga en su esplendor.

Donde feraces bosques
ofrecen enlazados
mil árboles preciados
en sempiterno abril,
y orgullo y ornamento
de la región indiana
la palma soberana
levántase gentil.

Donde es la brisa aromas
y músicas las aves,
y emanaciones suaves
de vida y libertad
cuanto la flor exhala,
y el céfiro murmura,
e inunda con luz pura
la vasta inmensidad.

Región encantadora,
vergel de los amores
que guarda los primores
del primitivo edén.
En sus amenos campos
la paz de la existencia
sencilla la inocencia
gozar pudo también.

La indígena familia,
la raza de Quisqueya,
de su comarca bella
en posesión feliz,
miraba candorosa
pasar la vida en calma,
sin pesadumbre el alma,
sin yugo la cerviz.

La selva le brindaba
sus frutos regalados,
sus flores los collados,
sus aguas el raudal;
y pródigos, fecundos,
los senos de sus mares,
de peces a mlllares
riquísimo caudal.

Por la desnuda espalda
la suelta cabellera,
al aura lisonjera
flotando sin cesar,
ceñida la alta frente
de plumas y de flores,
la gloria y los amores
cercábanle a la par.

Mecidos al columpio
de hamacas vaporosas
las horas venturosas
pasaban sin temor,
gustando embelesados
en lánguido reposo
del coiba el delicioso
perfume embriagador.

A la tranquila sombra
del bosque silencioso,
el indio alzó orgulloso
su rústico caney;
y en diumbes repetidas
y juegos y cantares,
su culto y sus altares
solemnizó la grey.

Mirad esas llanuras,
mirad esas montañas,
pobladas de cabañas
indígenas ayer;
parecen desoladas
tristísima esa historia
presente a la memoria
con lágrimas traer.


Publicado en 1880.


florecitas

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