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rosa anaranjada

A mi madre

Aquí, a la sombra tranquila y pura 
con que nos brinda grato el hogar, 
oye el acento de la ternura 
que en tus oídos blanda murmura 
la dulce nota de mi cantar.

La voz escucha del pecho amante 
que hoy te consagra su inspiración, 
a ti que aun eres tierna, incesante, 
de amor sublime, de fe constante, 
raudal que aliento da al corazón.

Mi voz escucha: la lira un día 
un canto alzarte quiso feliz, 
y en el idioma de la armonía 
débil el numen ¡oh, madre mía! 
no hallo un acento digno de ti.

¿Cómo tu afecto cantar al mundo, 
grande, infinito, cual en sí es? 
Me basta si te miro, 
si la dicha y el bien sueño a tu lado, 
porque tu vista calma 
los agudos tormentos de mi alma.

¡Ay! Que sin ti, bien mío, 
mi espíritu cansado languidece 
cual planta sin rocío, 
y con sombras mi frente se oscurece, 
y entre congoja tanta 
mi corazón herido se quebranta.

Oye mi ardiente ruego, 
oye las quejas de mi angustia suma, 
y generoso luego 
olvida que la pena que me abruma 
te reveló mi acento 
en horas ¡ay! de sin igual tormento.

Escúchame y perdona: 
que ya mi labio enmudeciendo calla, 
y el alma se abandona 
con nuevo ardor a su febril batalla, 
y débil mi suspiro 
se pierde de las auras en el giro.

¿Cómo pintarte mi amor profundo? 
Empeño inútil, sueño infecundo 
que en desaliento murió después.

De entonces, madre, buscando en prenda, 
con las miradas al porvenir, 
voy en mi vida, voy en mi senda, 
de mis amores íntima ofrenda 
Que a tu cariño pueda rendir.

Yo mis cantares lancé a los vientos, 
yo di a las brisas mi inspiración; 
tu amor grandeza dio a mis acentos: 
fine fueron tuyos mis pensamientos 
en esos himnos del corazón.

Notas dispersas que en libres vuelos 
y a merced fueron del huracán, 
pero llevando con mis anhelos 
los mil suspiros, los mil desvelos 
con que a la Patria paga mi afán.

Hoy que reunirlas plugo al destino, 
quiero que abrigo y amor les des: 
esa es la prenda que en mi camino 
al soplo arranco del torbellino, 
y a colocarla vengo a tus pies.


florecitas

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