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Angustias

A mi esposo,
ausente en Europa

Torna a morir el sol. Así pasando 
van de tu ausencia los terribles días, 
en mi semblante pálido marcando 
la huella de profundas agonías.

Torna a morir el sol. El hogar mío 
de arpegios infantiles está lleno; 
pero rueda del párpado sombrío 
una rebelde lágrima a mi seno.

¿Podré, cuando regreses a mi lado, 
rico de porvenir, rico de ciencia, 
presentarte el tesoro inmaculado 
de este grupo de amor y de inocencia?

¡Yo no lo sé! Cuando la muerte lanza 
su aliento destructor sobre este suelo, 
desfallece en mi pecho la esperanza 
y me finge el terror mi hogar en duelo.

Yo no he visto en los círculos de Dante 
más terrible ansiedad, más cruel angustia; 
se rinde el corazón agonizante, 
y el alma siento desolada y mustia.

¡Y tú sufres también! También los brazos 
extiendes a tu hogar con el deseo, 
y luchas del deber entre los lazos, 
cual otro encadenado Prometeo.

¿Por qué dejé que tan prolija ausencia 
así emprendieras en momento aciago, 
si me siento morir sin tu presencia, 
si en todo miro aterrador amago?

¿Si miramos los dos, lentas y frías, 
entre duda y afán pasar las horas, 
sin que calmen futuras alegrías 
las nubes del pesar abrumadoras?

Imposible vivir así, llevando 
la angustia en el espíritu, la muerte; 
imposible vivir agonizando, 
sin luz el mundo y la existencia inerte.

¡Acaba, llega! ¡Que el hogar sin calma 
es de mis penas intimas remedo; 
que tiemblo por los hijos de mi alma; 
que la vida sin ti me causa miedo!


florecitas

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