Franco-II

Poema de chewing-gum

Y entonces, el gitano mudo, 
cantó su canto como pudo:

Siento que mi alma se vuelve como la de una 
        prostituta 
‑o que mi alma es una prostituta‑ 
mientras espero el poema que tal vez va a llegar.

En mí todo poema es problemático. 
Quizás el aborto de hoy hubiera sido 
el parto de mañana 
‑todavía es más duro aprender a esperar‑ 
y los fetos 
pierrots‑buzos‑sin escafandra 
me hacen reproches incompletos como sus 
        propias vidas 
solemnes, como las torres guillotinadas de Notre 
        Dame; 
pero, 
«acabar» es bueno para los que tratan de engañar 
al tiempo 
o para los que nacieron con un poder de ases 
tatuado sobre la frente 
para poder reírse de los malos destinos, 
mientras que en mí todo se queda trunco 
porque nunca tengo tiempo para nada 
ocupado en el negocio de mi ocio 
gentleman‑globe‑trotter‑sobre‑los‑mapa‑ 
        mundis‑arlequines!

Un día, 
los loros amarán de amor 
el corazón aceitado de los fonógrafos, 
pero yo he roto todos los juguetes que hubiera 
        podido amar 
‑navíos‑claros de luna‑torre‑eiffel‑ 
y me he quedado solo con un poema 
maravillosamente incompleto: 
sombría galería de mina abandonada 
que mira al sol por los periscopios de los pozos 
y donde nunca nadie encontró nada.

Me complico en negaciones: 
sonda quisiera ser para el tonel de las Danaidas. 
La temperatura de mi pensamiento 
está llegando a menos 
que dan vértigos 
y un día me encontraré en mis propios antípodas 
Robinson de una aventura 
que sólo algunos locos podrán un día creer.

Los otros querían hacer «sentir» su poesía: 
yo quisiera que la mía se pudiera mascar. 
Poema inútil, como una pastilla de chewing‑gum. 
Contarse a sí mismo. Manera 
de ir viviendo cada vez más desnudo. 
Llegar hasta a arrancarse la piel, alegremente 
como lo haría un fakir 
ante un grupo de marineros borrachos 
que pensaron divertirse 
y súbitamente 
sintieron todo el dolor que el hombre no sentía 
y guardaron toda la vida las pupilas espantadas 
de lo que vieron esa noche.

De tanto rehusar todas las anestesias 
invito más amigos para la fiesta de mi autopsia.

Disparejo, como un paisaje de ciudad 
visto desde una torre, 
mapa en relieve de mi Suiza interior 
mi poema 
‑fotografía desde el avión de mi recuerdo‑ 
escrito con una indiferencia de vaca que rumía 
e inútil como una pastilla de chewing‑gum.

Ya no estaremos ahí para regocijarnos, 
yo no predigo nada porque estoy en la tierra mía 
pero yo sueño un poema erizado de vértices 
‑ilusión de himalaya de cinematógrafo‑ 
mecanoterapia para los últimos tziganos 
vals‑lento‑del‑danubio 
atragantados de emoción.

Hay también Charlot, profesor de infinito, 
‑Biblia y Quijote‑ 
quien con una sola mueca 
marcóme la cifra de mi desesperanza 
en el ábaco de las nebulosas. 
Corazón de oro ‑lo hubiera dicho mi abuelo‑ 
que se complace en hacer comer a la jauría 
pedazos de su emoción 
y finge creer que no lo sabe 
‑¿lo ignora la señora Chaplin, la madre de Charlot? 
Nuestra emoción de ahora 
más terrible que todas las viejas emociones 
emoción de performance 
de autódromo 
de equilibrista japonés 
y de la danza de los panes, 
emoción que nos hace detener el corazón dentro 
        del pecho 
como 
la máquina de un reloj que hubiese contado toda 
        la era cristiana.

En realidad, la era cristiana terminóse hace 
tiempo 
estamos, simplemente, en la era del Hombre.

El amigo alegre que vino cargado con su mala 
        noticia 
se fue asombrado de mi lejanía 
y comprendió que para mí ya no hay malas 
        noticias. 
Mi corazón tiene dos perfiles 
pero al lado que miraba hacia atrás le he sacado 
        los ojos 
ruiseñor ciego que no me intereresa oír cantar. 
Payaso de lo absurdo, 
cada noche me trago el sable de mi vida 
frente al público y con las mangas levantadas. 
Como Alejandro el macedonio 
me duplico en mis noches 
y cada mañana puede creer 
que regreso sin cansancio de algún tremendo viaje.

Vocación de suicidio de cada palabra mía 
que a cada línea me van pidiendo a gritos 
el reposo de algún punto final. 
Vocación de suicidio de todo mi poema: 
vocación de suicidio mía, que es mi única razón 
        de ser. 
Imán. 
Estrella Polar. 
Signo de prostituta. 
‑Galeote febril amarrado al remo de mi propia 
        mentira 
todavía no es tiempo. Todavía.

Poema de chewing‑gum. 
Poema inútil espejo de la vida mía 
donde se puede ver mi corazón por el ojo de la 
        cerradura 
espantosa glosa sobre cada pétalo 
de la rosa de mi ocio 
que es el negocio en la Wall Street de mi pasión.

Poema rascacielo
con un solo ascensor:
castillo de naipes para mí que no tengo torre de
marfil
poema que se puede mascar
como una pastilla de chewing‑gum.


florecitas

Regresar a las obras de Tomás Hernández Franco